Según tengo registrado en mi diario, vi "No puedes comprar mi amor" dos veces: en 1992 y 1993 respectivamente. La primera de ellas me debió de impactar de tal modo que de hecho es la película con la que decidí inaugurar aquel diario de adolescente junto a "Cuando Harry encontró a Sally", que vi en un pase del Plus unos días más tarde, grabé en vídeo y acabé viendo doscientas veces en versión original hasta llegar a aprenderme los diálogos de memoria.
La última vez que vi a Harry y a Sally fue en 2006, de eso me acuerdo. Estaba esperando en casa para ir a la sierra y aproveché para hacer tiempo. Un par de días antes había tenido una historia muy parecida a la de la película, muy, muy parecida y me pareció irónico encontrarte a los 29 años con los debates que abriste a los 15 y, por supuesto, no entendías.
De "No puedes comprar mi amor" recuerdo menos cosas, pero el último visionado debió de ser aquel de 1993 que viene en el diario. "Amanda Peterson me recuerda a A.", escribía entonces. A. era mi mejor amiga y la mejor amiga de la Chica Langosta, busquen entre Mascherano y Gadafi, y la encontrarán más abajo. La historia era muy sencilla: un chico solitario pero rico decide pagar a la chica más popular del instituto para que salga con él y así le convierta en popular. Pasar de totalmente cutre a totalmente lindo y viceversa.
Era una película soñada por cualquier adolescente solitario. Yo hubiera pagado a la Chica Langosta lo que hubiera hecho falta porque saliera conmigo a Morasol o a Pachá. Hubiera bailado desacompasado delante de los compañeros de clase en cualquier fiesta fin de curso y hubiera dejado que lentamente se enamorara de mí al ver que en el fondo, tan en el fondo, aquel patito feo era un precioso cisne blanco.
Me emociono.
No. No le pagué nada a la Chica Langosta. Lo más parecido a un soborno que hice en esos tiempos fue darle 100 pesetas a un par de amigas para que hicieran mis trabajos de dibujo técnico. A ellas les gustaba y yo lo odiaba, era un trato justo. Patrick Dempsey tenía el dinero por castigo así que es normal que se fijara metas más altas. Amanda Peterson era una meta bastante alta, ojo, aunque desconozco que fue de ella a partir de esa película. Pensándolo ahora, desconozco por qué me recordaba a A., más allá de una relación de cierta complicidad y la esperanza secreta de que -ella también- se enamorara lentamente de mí.
Un chico a fuego lento.
Nada de eso pasó, por supuesto, pero podré recordarlo un rato, cosa de una hora, este lunes a las 18:00 en ese gran invento de Mediapro -alguna vez tenían que acertar- llamado La Sexta 3. Hace poco me vi "Juegos de guerra". Son tiempos en los que es difícil mantener la atención en la pantalla durante una hora y media o dos horas seguidas. Mi adolescencia, eso sí, siempre será un gran reclamo. No todo va a ser Guardiola.