Todos tenemos juicios y prejuicios y hacemos lo que podemos con ellos. Yo soy uno de tantos españoles que, con razón o sin ella, sienten escalofríos ante las películas de niños en la guerra civil o su posguerra. Además, vi la película doblada al castellano, y estoy convencido de que me perdí cosas, porque por lo general los doblajes del catalán al castellano pierden y en cualquier caso el catalán es un idioma precioso y con una sonoridad que suele ayudar mucho en el cine. Otra debilidad.
El asunto es que me metí a ver "Pà Negre" con la esperanza de que fuera verdad lo que decían: no es una película más sobre la guerra civil, no hay tópicos, es el retrato de una Cataluña rural en un momento histórico determinado, sin más, los niños actúan de maravilla, hay un componente mágico que se impone al político... pero no vi que fuera así. Por supuesto, la factura de la película es impecable, las actuaciones -especialmente la de la niña, ahí hay un filón- son portentosas, hay una historia que se narra bien y con coherencia... pero sí que hay tópicos, vaya si los hay.
De entrada, la dialéctica "vencedores-vencidos" está desde el principio. Los vencedores son altivos y prepotentes, sin excepción, destacando el alcalde del pueblo, interpretado por Sergi López con su falta habitual de naturalidad. Los vencidos son pobres, humildes, pero con un gran corazón -"un corazón, hijo, que nadie nos podrá quitar jamás, recuérdalo"-, payeses trabajadores a las órdenes de los caudillitos de la zona -franquistas, por supuesto- y que además de la persecución política tienen que lidiar con el desprecio y la falsa moral de los curas, gordos y crueles, y sin un ápice de verdadera caridad cristiana.
Los curas de verdad, ya saben, solo aparecen en películas de Icíar Bollaín y Fernando León de Aranoa.
Lo siento, pero me cuesta. No voy a entrar en historia ni en política, simplemente en fatiga de la narración: todo eso ya lo aprendí con seis años cuando leía el magnífico "Paracuellos", de Carlos Giménez. Más de 25 años después me da una pereza horrible tener que ver a ese alcalde cabreado y serio todo el rato o a esos curas y frailes golosos y despiadados o a esos ex-milicianos refugiados. No me interesa como espectador, eso es todo. No me resulta creíble la ausencia total de matices. Salvo que hablemos de cine bélico, claro, esa es otra cosa. Pero intentar retratar una época y un lugar con brochazos estereotipados me agota.
La película se salva, ya digo, por su indudable calidad cinematográfica, la mano de alguien que sabe perfectamente lo que hace y un grupo de actores en estado de gracia, como el cine catalán en general. Supongo que verla en su idioma original y sin prejuicios me habría ayudado, pero si usted comparte alguno de esos prejuicios conmigo o le pasa exactamente al contrario, probablemente esta mini-reseña le habrá ayudado para algo.