Cuando Bolaño entra en sus universos incomprensibles, perderse es un placer inmenso para cualquier lector. Cuando entra a fondo, sin miedo, no retratando sin más escenas lumpen de barrios de extrarradio, bohemios drogados o niñas que sueñan con ser princesas y acaban siendo putas. Cuando entra al sinsentido, al caos narrativo, a la historia de muñecas rusas, una dentro de otra dentro de otra dentro de otra.
Hay en “Los sinsabores del verdadero policía” mucho de “Los detectives salvajes” y muchísimo de “2666”. La erudición improbable, que la hace divertida: cómo hablar de poetas y poetas y poetas, algunos de ellos desconocidos o inventados, y captar nuestra atención como insectos pegados a la luz. Cómo pasar de México a Barcelona y de Barcelona a Chile y repasar la historia contemporánea y acabar en algo tan sencillo como el sueño de un adolescente que juega en el Palau Sant Jordi ante Sabonis. Un Sabonis inmenso, dice Bolaño, como si eso no fuera una redundancia.
A mí me gustó mucho la coherencia narrativa de “El tercer reich”, esa especie de “planteamiento-nudo-desenlace” trufado de mil apartes y mil reflexiones internas. Era otro universo, un universo más real, pero me valía. Esto es otra historia: aquí, coherencia hay la justa y los toques de realismo mágico abundan por todos lados, a menudo de la manera más inopinada. Sinceramente, me parece un libro que va de más a menos. Al principio no puedes dejar de leer; al final todo tiene una especie de sensación de “ya leído”, en parte porque la edición, por muy revisada que dicen que está, sigue teniendo algunas repeticiones: fragmentos que salen en un capítulo y se repiten literalmente varios capítulos después.
Recordemos que estamos no solo ante una obra póstuma sino ante una obra fragmentada. Aunque Bolaño estuviera trabajando en extractos de la novela durante más de una década, lo cierto, nos pongamos como nos pongamos, es que no la acabó. Ni acabó la trama –por decir algo- ni acabó la estructura: los personajes quedan colgados, aparecen y desaparecen, algunas acciones tienen más sentido que otras…
Lo que nos queda en cualquier caso es el paisaje. El ambiente. El personaje por sí mismo. Tenemos de nuevo a Rosa, a Amalfitano y a Arcimboldi, aunque en otro contexto. La tristeza sigue siendo la misma, claro, porque los personajes de Bolaño podrán ser más o menos eruditos, más o menos valientes y vivirán en lugares más o menos exóticos, pero comparten tristeza. Una tristeza no necesariamente pesimista, pero que ahí está y que no consiguen quitársela de encima ni con lejía ni con mezcal.
“Los sinsabores del verdadero policía” puede dejar desencantados a muchos lectores que no sepan mucho del escritor chileno. No a los que sí sepan y tengan el contexto. Quedan unas situaciones maravillosas, un enésimo tratado de crítica literaria y un fascinante submundo de jóvenes poetas perdidos y asesinos a sueldo en ese remedo de Ciudad Juárez que es Santa Teresa.
De acuerdo, el libro no está terminado, pero tampoco lo estaba “2666”. Leer a Bolaño buscando un fin, un objetivo, es ridículo. Bolaño es el más grande porque cada página cuenta. Impresiona sin pretender impresionar, con una naturalidad pasmosa. En fin, qué voy a decir yo ahora del estilo de Bolaño que no se haya dicho mil veces. Aquí me paro. El libro no es perfecto, ya lo he dicho, pero comparado con la cantidad de libros imperfectos que van a encontrar en la librería, no pierdan el tiempo, vayan sobre seguro y cómprenlo. Cada queja valdrá por doscientas alegrías.