En mi baño se oyen voces y no sé de dónde vienen. Es alguien extranjero, no inglés. Suena metalizado y en un idioma que parece nórdico pero no puedo distinguir. A veces canta y a veces parece hablar con alguien. A veces, incluso, oigo la voz de ese otro alguien o me parece oírla, sin saber si hay dos personas con voces muy parecidas compartiendo la habitación -pero, ¿qué habitación?, ¿la de al lado, la de arriba?- o si es una sola persona con visitas. Oí los ronquidos, ya de madrugada, mientras estaba con los estiramientos, y unos gemidos, casi al amanecer, pero eso debe de venir de otra habitación.
Eran gemidos de mujer.
El sábado empezó en el Balneario de Las Salinas. La discusión era sobre el presente y el futuro del cine español, que al fin y al cabo era hacia donde acababan derivando todas las charlas de los otros años. A Javier Veiga se le ocurrió decir que había que pensar en el espectador, hacer más cine comercial sin que necesariamente sea malo, utilizar las nuevas tecnologías, no abusar de lo que llamó "papá Estado", cambiar el modelo de subvenciones y llevarlo de la ayuda a la producción a la ayuda a la promoción y distribución, y se preguntó por qué había que hacer 160 películas al año si solo funcionaban en taquilla 10 y casi 100 ni se estrenaban o se estrenaban una semana.
Imaginen el incendio. Inmediatamente, surgió la defensa del cine como arte: la crítica al fenómeno Torrente, la necesidad de mantener las subvenciones, el "derecho" a hacer cine de todos los artistas, lo bien que vendría llevar el cine a la escuela, y al instituto, y a la universidad... Escuchando todas las respuestas a Veiga, como no me cansé de repetirle a Manuela Vellés -la pobre eligió sentarse a mi lado, no se puede ser más dulce y encantadora- daba la sensación de que el problema no era que al público no le gustara el cine español sino que al cine español no le gustaba su público: iban a ver las películas equivocadas, no aplaudían como los franceses, se empeñaban en ver audiovisual en sus ordenadores, ¡o incluso sus iPhones!, no tenían ni idea de lo que era un plano, necesitaban ser "reeducados", los jóvenes eran una panda de desubicados sociales...
Tampoco fue una sorpresa. El cine español -sea eso lo que sea- se ha mostrado últimamente muy dispuesto a decirle a su público cómo tiene que ser, lo que tiene que ver e incluso lo que tiene que votar. Y todo, mientras, con una inmensa mueca de desagrado, de cordón sanitario. Veiga, que no creo que sea un tipo sospechoso de partidismo, se limitó a proponer una vuelta al origen: comunicación implica pensar en el espectador. No lo idealicemos, simplemente busquémoslo e intentemos adaptarnos. No siempre. A veces. Las suficientes como para que aparte de un despilfarro artístico podamos hablar de una industria que potencie por sí misma su talento.
Sus dos frases definitivas fueron "estáis diciendo de los jóvenes lo que mis abuelos decían de mis padres" y "es imposible que salgan nueve Medems cada año". Me encantó. Tanto su argumentación como la indignación difícilmente contenida de buena parte del auditorio.
El resto del día trascurrió con placidez y buen tiempo. Comidas y meriendas en terrazas, con los chicos de Lolita Peliculitas, con Jose Esteban Alenda, su mujer y su pequeñísima Lucía, con Roser Aguilar, aunque no consigamos ponernos de acuerdo en nuestros gustos cinéfilos... El pase de los cortos de las 5 fue decepcionante, muy decepcionante, pero vamos a ser positivos y reconocer que "Dicen (they say)" merece mucho la pena y "Vicenta" está muy divertido y muy bien hecho.
El Barça le ganó al Getafe -la camarera del Coco´s volvió a reconocerme, un año más- y el Madrid le ganó al Atleti. Nada fuera de lo esperado. En esas, ya a las 11, me metí de nuevo en el Auditorio a ver "Meine Liebe", un corto muy logrado, y la esperada "Pà Negre", que merece un post aparte.