El taxi que nos lleva a Kim Fanlo y a mí desde el Constanza hasta L´Hospitalet hace cosas muy raras: coge la radial, se mete por Cornellá, bordea el estadio del Espanyol y acaba dejándonos en una esquina casi media hora después cuando el viaje no debería tomar más de quince minutos. Es el concierto de Dani Flaco y Pancho Varona, el primero de tres, y hay dos posters-fotos-cuadros suyos colgados en la sala, L´Oncle Jack, un museo de Jack Daniels con todo tipo de iconografía al respecto.
Necesitamos cenar algo así que vamos al bar donde está precisamente Flaco con Rubén Martínez y Rafa Pons, vuelto de la Argentina. Hablamos de la autoedición literaria y musical. De los mundillos y los intermediarios y todo ese coñazo que rodea a esta panda de treintañeros descolocados. Como buenos treintañeros, por otro lado. Esta tarde estuvimos Kim y yo hablando de mil cosas parecidas, él a sus 32 años, yo a mis 33, en un excelente restaurante italiano donde incluso un chico problemático como yo siempre puede contar con una milanesa de ternera: ¿Qué es bueno y qué es malo?, ¿qué gusta y qué no nos gusta?, ¿cómo empezar y cómo terminar? Al final todo se reduce a Kant, ¿qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar?
Si soy sincero estoy muerto de miedo. Puede que ya haya escrito esto antes aquí. Me refiero a la novela y la ausencia de noticias de los intermediarios. No es que mi vida vaya a ser un desastre porque nadie me publique una novela, pero desde luego sería un inconveniente. Poco apetecible. Fiestas y mensajes de texto y mucho mamoneo. Como el boxeador de Simon y Garfunkel, quiero que quede claro que guardo el recuerdo de cada golpe y cada rechazo. Luego ya veré lo que hago con ello. A la gente le gusta decir aquello de "son los demás los que deben juzgar si lo mío es bueno o malo, mejor o peor...", yo no estoy tan seguro. Si uno no parte de que lo suyo es bueno y que está contando lo que cuente de la mejor manera, mal empieza.
En cualquier caso, eso son mis miedos. Los de Dani y Pancho tienen que ver con que es la primera vez que tocan juntos y no saben cuánta gente vendrá porque aunque es el primer concierto en realidad es el tercero en ponerse a la venta y los otros dos ya están llenos a reventar. Más que miedos, llamémoslos precauciones. Innecesarias, en cualquier caso, porque el bar está prácticamente lleno -más sería incluso incómodo- y la combinación funciona a las mil maravillas: Dani, como siempre, más gamberro; Pancho, más íntimo y serio. Imposible aburrirse.
No hay demasiado parloteo, algo que suele ser inevitable en los conciertos de pie en los que parte del público está lejos del escenario y curiosamente la canción donde se palpa más claramente el silencio es en "Quiero beber y no olvidar", una joya que Pancho le compuso a Manolo Tena hace casi 20 años y que sorprendentemente pasó casi desapercibida pese a ser el primer single de uno de los discos más vendidos de la década.
Pancho y Dani intercambian turnos, Kim mira atento, sin perderse nada, Alejandra y yo salimos y entramos, como los fumadores que no somos, y al final no tocan "Tal para cual" sino que la reservan para más tarde. Quizá mañana, quizás el domingo. Quizás el jueves en el Búho Real.
El taxista de vuelta es un prodigio de sentido común y tiene la deferencia de saberse el camino e ir todo recto, lo que acorta el trayecto en tiempo y dinero. Mi última noche en el NH Constanza, con la agitación de viernes de las inmediaciones de la Sala Bikini. Un programa de zapping, y tras el zapping, la nostalgia.
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