martes, mayo 25, 2010

Noches de Olavide y de ilusión


Para nosotros, el verano significa Olavide. Eso descarta cualquier tipo de infelicidad ni de ausencia de proyecto vital porque Olavide es un proyecto vital y es un proyecto vital tirando a pijo. Somos un grupo de chicos que podemos quedarnos seis horas de viernes tranquilamente consumiendo tortillas, ensaladas, pimientos y alitas de pollo e ir juntando mesas y sillas y echarnos para atrás en el respaldo para esperar a que anochezca e incluso casarnos, si nos da por ahí.

Solo por eso se nos debería caer la cara de vergüenza cuando decimos que somos infelices o siquiera lo insinuamos. No es ya caer en el tópico de "nos tenemos el uno al otro", que, como diría Anton Chigurh, "nos tenemos", sino ser conscientes de que nos tenemos ahí, en pleno barrio de Chamberí, terracitas fundiéndose en un anillo metálico.

Algunas cosas de la pasada semana: emotivo e inesperado reencuentro con Patricio Barandiaran en el Búho Real, justo después de un concierto de Emite Poqito en el Costello. Adoro a Patricio y cuento los días que faltan para que me deje escuchar su nuevo disco. Mi canción favorita es su primer single, pero supongo que no puedo decir aquí cuál es. Si buscan un poco por el blog, acabarán encontrándola. Varias veces.

Noche del jueves por Lavapiés con unos amigos ingleses de Teresa que se empeñan en que yo soy americano, o que podría ser americano perfectamente. Por mi acento, dicen. Estupendo, uno se pasa la infancia en un colegio británico y parodiando a la BBC para acabar hablando como un midwestern cualquiera. No sé por qué no me gusta Lavapiés. Por supuesto reconozco que hay algo estético en el hecho de que me guste Olavide y no me guste Lavapiés. Una estética de clase media-alta, si quieren.

Lavapiés solo me gustaba cuando Hache, la Chica Portada y yo ocupábamos terrazas y tomábamos patatas bravas mientras los magrebíes amenazaban con tirotearse. Cuando había que salvar el mundo.

Y Hache nos lleva de nuevo a Olavide, incluso con un poquito de frío nocturno. Las diez de la noche, casi diez y media. Un lunes. Media entrada. Bocadillo de tortilla y montado de lomo con queso. Dos coca-colas. Mi primer verano con Hache fue el de 2006 y creo recordar que ya por entonces estábamos ahí y ella se emborrachaba lamentablemente. No recuerdo que estuviera tan guapa. Ella tendrá sus razones y yo prefiero no saberlas pero no recuerdo que Hache haya estado nunca tan guapa.

O yo tan viejo.

En el fondo, si se piensa, Lavapiés es un sitio perfecto para divertirse y Olavide un sitio perfecto para envejecer y por seguir con las metáforas del post anterior, no tengo problemas en definirme como un Thierry Henry del gambiteo y entregar aquí sin más mi renuncia.