Efectivamente, cojo el metro hasta Baunatal y ando, ando, ando hasta que encuentro la DAT y un señor muy amable me da la credencial, espera a que rellene mis datos y de paso me entrega los papeles que necesito presentar para la Oposición de junio. El destino, como ya sabía, es Tres Cantos. Es la una y media de la tarde. Me armo de agua mineral y empiezo a dar vueltas por la ciudad en busca de la estación de Cercanías. Nadie parece saber muy bien por dónde está y acabo tomando una paella y un filete en un bar cerca del ayuntamiento, donde ya sí me explican con más precisión.
En San Sebastián de los Reyes tengo que coger un tren hasta Cantoblanco, cruzar corriendo la pasarela y coger otro tren hasta Tres Cantos. No lo consigo y lo pierdo. La nariz gotea algo que parece sangre pero es Betadine. Los universitarios siguen a lo suyo y a mí no me parecen diez años, me parecen cien. Me parece que no estuve nunca, que fue otro. Al final, unos 8 minutos después llega el tren con destino Colmenar. Me bajo y ando, ando, ando. Avenida de Labradores, o algo así, calor súbito con mochila al hombro. Tres y media de la tarde.
Un kilómetro después, en la Escuela Oficial de Idiomas, todo el mundo es encantador, como suele ser habitual. Un sitio más o menos pequeño y en el que todos se conocen. Me toca un Básico 1 y un Avanzado 2. Preparo cosas, me enseñan equipos y aulas. A la primera clase vienen tres alumnos y a la segunda siete. Me felicitan. Me gusta que me feliciten, claro, me gustaría más si eso diera puntos, pero al fin y al cabo yo sí voy ahí es para que aprendan y disfruten, que les merezca la pena lo que han pagado y la paliza que supone trabajar por las mañanas y estudiar un idioma por la tarde.
A las 21,30 acabamos y hago el kilómetro de vuelta. Llego agotado a la estación de Tres Cantos y me parece una estación preciosa, con su campo, sus grillos, su anochecer, su hotel cuatro estrellas con balneario justo enfrente. No puedo disfrutarlo. Me deprime no poder disfrutar ni del cansancio. En el cansancio, las cosas se recolocaban y adquirían alguna clase de sentido. Ahora, el sentido es imposible y todo se queda revuelto y confuso.
Hasta las 22,45 no llego a casa. Ceno pescado y me pongo a ver como tonto las elecciones británicas supongo que porque me recuerdan a un partido de fútbol más o menos emocionante.
Al día siguiente me encuentro ante una enfermera y una doctora que miran mi nariz con cara extraña. Luego me encuentro de nuevo en Cantoblanco, en mi vieja facultad, mi viejo Pabellón B, mi vieja cafetería, los despachos de mis viejos profesores y una entrañabilísima ex-jefa de estudios. Charlamos, paseamos y comemos. Para variar, perdemos el tren y tenemos que coger el siguiente. Yo le explico que todo esto que escribo aquí no siempre lo escribo con entusiasmo, es decir, que necesito escribirlo, pero no lo hago para que la gente vea cómo molo. O no siempre. A veces, "todo esto" es un suplicio y los días acaban sin descanso y sin poder decir "me he dedicado este tiempo a mí".
Vi un montón de cosas que le han sucedido a otro. En eso me he convertido, en un alien.
Una chica se cae en medio del vagón. Pienso que eso, en cualquier momento, me podría pasar a mí. Caerme rendido y ya está, bandera blanca. Lo pienso en Chamartín, en Nuevos Ministerios, en el transbordo de la línea 10, agobiado entre mochilas en Gregorio Marañón, Alonso Martínez y Tribunal. Lo pienso incluso cuando llego a casa y tengo que ir al baño otras cuatro veces seguidas. Pero decido que no, que no me rindo. Que la definición de mí que más me ha gustado en años es "tú no te rindes nunca".
Es decir
, "time, truth and heart", o lo que es lo mismo, "if you can hold on, if you can hold on...
hold on".