Habia un punto muy entrañable en Bobby Robson: su gesto de eterno anciano, como si siempre hubiera sido un señor mayor contando chistes e historias a los nietos desde su mecedora.
Su sentido del humor británico, que intentó españolizar con mayor o menor éxito. Era un hombre amable y divertido, con el que la prensa barcelonesa se cebó de una manera cruel: insultándole, burlándose de él, pidiendo cada día su dimisión... Su culpa fue no ser Johan Cruyff y nunca se lo perdonaron. Todo lo que podría ser causa de admiración era de desprecio: "Vete ya, abuelo" tituló un rotativo deportivo después de una de las derrotas de aquel Barça de Ronaldo.
Era un hombre que disfrutaba de su trabajo y del país. Pese a todo. Su trayectoria como entrenador fue excelente: sacó al Ipswich del anonimato, dirigió a la única selección inglesa competitiva de los últimos 40 años y tuvo sus momentos de gloria en equipos menores.
No supo bien qué hacer en el Barcelona, eso es cierto. Siempre tuve la sensación de que no sacaba el máximo provecho a una plantilla por entonces insultantemente buena. No hablo tanto de resultados -aquella liga se la llevó el Madrid de Capello, pero el Barça fue segundo y ganó Copa del Rey y Recopa- como de estilo de juego. Era tremendamente aburrido.
Robson fue uno de los grandes abanderados del 4-2-3-1, que tanto daño hizo al fútbol en los noventa, con Gica Popescu haciendo de Desailly, jugador estrella de la década, y creo que no hace falta hurgar más en la herida. Confió extraordinariamente en un portero mediocre -Vitor Baia-, en un central esperpéntico -Fernando Couto- y en el citado Popescu, piedra angular de su proyecto. Adelante, Ronaldo en su mejor versión, la de los 20 años y los 20 kilos menos y las dos rodillas sanas, o casi (se había ya operado de una de ellas en Holanda, cuando jugaba en el PSV).
Con todo, méritos deportivos aparte, era un hombre pintoresco que siempre sabía poner una sonrisa y sacar otra. En Inglaterra era todo un ídolo y creo que con toda la razón del mundo. Inglaterra pudo haber sido finalista sin problemas en los mundiales del 86 y el 90, pero se cruzó con Maradona primero y luego con los alemanes y los penalties en las semifinales del Mundial de Italia.
De acuerdo, no era un estilista, pero suyo fue el equipo que remontó al Atleti en Copa y pasó de perder 0-3 a los quince minutos a ganar 5-4.
Y era un buen tipo, coño, que al fin y al cabo es lo que cuenta.