En septiembre de 2003, Andy Roddick derrotó en tres sets a Juan Carlos Ferrero para llevarse su primer y único título de Grand Slam: el US Open. Esa victoria no le sirvió para ser número uno del mundo. Al contrario. Paradójicamente, por cuestiones de regularidad y parámetros matemáticos, el número uno pasó al español, que lo defendió durante 10 semanas hasta que el propio Roddick se lo arrebató.
Luego, Roddick lo perdería en enero de 2004 ante Federer y acabaría cediendo definitivamente la supremacía mundial al perder la final de Wimbledon de ese año, pese a ganar el primer set, cayendo en cuatro mangas.
Pues bien, cinco años después, el estadounidense tendrá su revancha.
Creo que es hora de hablar un poco de Roddick, probablemente el jugador más infravalorado fuera de los Estados Unidos -y probablemente el más sobrevalorado dentro, si hay que ser justos-. El hecho de que en estos casi seis años no haya caído del Top 10 más que cuatro semanas en 2006 (y cayó al duodécimo puesto, que nadie se escandalice) habla bien a las claras de su regularidad: ocho años ininterrumpidos entre los 20 primeros son muchos años y tiene un mérito enorme.
Su problema es que nunca ha tenido el talento de Federer ni de Nadal. Se ha visto completamente absorbido por esos dos huracanes y además en los últimos años ha tenido que defender como ha podido su puesto ante los envites de Djokovic y Murray. Esa falta de talento la ha suplido con potencia, con un saque brutal, con un entusiasmo a veces poco recomendable y adrenalina a raudales.
La del domingo será su quinta final de Grand Slam. La cuarta contra Federer y la tercera en Wimbledon. Si soy honesto, no le doy ninguna opción. Las otras tres las perdió con cierta contundencia -Londres 2004 y 2005, Nueva York 2006- y en sus 20 enfrentamientos anteriores, Federer ganó 18, algo realmente asombroso. Este mismo año se han encontrado tres veces, con tres victorias para el suizo, una de ellas en las semifinales de Australia con gran contundencia (6-2, 7-5 y 7-5).
No se esperan grandes sorpresas. Roddick sacará como un animal y jugará profundo con su derecha sobre el revés de Federer, que intentará bajarle la bola con el revés cortado que no puede (o no sabe) emplear en tierra batida. Subirá como loco a la red y la mayoría de las veces perderá los puntos. Conectará tres o cuatro juegos seguidos y luego se irá durante todo un set. Suele ser así.
Tampoco es del todo culpa suya. Ganarle a Federer en hierba es una misión imposible. Es como ganar a Nadal en tierra batida. ¿Puede hacerse? Hombre, pues sí, se puede, pero es muy improbable. En los últimos siete años, Roger tiene un balance de 71-1 en césped. Ha ganado cinco veces Halle y otras cinco Wimbledon, más dos finales, la del domingo y la que perdió en 2008 ante Nadal, en cinco sets, con 9-7 en el último.
En todo este torneo sólo ha perdido un set y en el tie-break, en tercera ronda, ante Phillip Kohlschreiber. Ha cedido su saque unas cuatro o cinco veces, ninguna en los tres últimos partidos ante tres especialistas en hierba: Soderling, Karlovic y Haas. Parece que está en otro nivel de nuevo, tras el bajón de 2008: juega su 21ª semifinal de Grand Slam consecutiva, su 6ª final consecutiva, es el primero en la Era Open en jugar la final de Wimbledon siete años seguidos, bate el record de Lendl con 20 finales de Grand Slam jugadas y si gana el domingo será el primero en llegar a los 15 grandes y volverá a ser número uno.
Lo que, al fin y al cabo, dice mucho de Nadal: ante esta bestia parda ha estado casi un año como líder de la clasificación, y si "la bestia parda" pierde el domingo lo seguirá estando. Que todo puede ser. Pero no creo.