Primeras sensaciones al abrir "Nocilla Dream", la primera parte de la Trilogía Nocilla de Agustín Fernández-Mallo, publicada en Candaya: cierto estupor, una incomprensión total, tanto del texto como del éxito brutal de ese texto. Pasaban los mini-capítulos y yo me preguntaba: "¿De verdad este hombre, este libro han revolucionado la narrativa joven española?" y seguía leyendo un poco por no darme por vencido y porque, bueno, el libro era francamente legible, es decir, estaba bien escrito, algunas historias eran interesantes.
Pero yo seguía sumido en mi apatía.
Aquello me recordaba a los últimos capítulos de "Rayuela", los del final, los intercalados, aparentemente sin sentido narrativo, pero con una cierta continuidad: reflexiones, citas, sucesos al margen. En el universo Nocilla todo sucede al margen. Un poco de "Rayuela" y un poco de "Mantra", de Fresán, pero sin la frescura y la alegría de Fresán. Algo más melancólico, supongo.
Hasta que poco a poco, ese aire de melancolía caótica, esa desestructuración de la narrativa, esa captación del instante de un modo que Hache definió como "impresionista" y estoy dispuesto a darle la razón me acabó agarrando, interesando... el punto en el que dices: "Hombre, pues es verdad que no está tan mal..." y obvias determinados fallos de edición y corrección y estás deseando ver qué demonios pasa con esos zapatos ahí colgados, esa familia de Basora, esos líos en el estado de Nevada, carreteras perdidas y gente enloquecida sacada de una película de David Lynch...
Lo suficiente como para, una vez acabado el Dream me ponga con el Experience, que, desde el principio, es un libro infinitamente mejor: mejor escrito, editado y corregido. Con un estilo muy parecido, de acuerdo, pero mucho más brillante, más interesante. Menos de medio-oeste estadounidense y más de Windsor y Cortázar. La cercanía mejora los detalles. El kilómetro sentimental. Un libro complicado, por supuesto, pero a la vez excelente, con personajes igual de solitarios pero más humanos, con un punto de liberación en la narrativa indudable.
Sólo conozco a Fernández-Mallo de una visita rápida a la Feria del Libro, donde él firmaba. Me pareció un tipo preocupado por contar algo. Desde luego sus empeños por crear, definir y propagar la post-poesía fueron encomiables y tardó muchos años hasta que alguien le hizo algo de caso. Por otro lado, no entiendo muy bien en qué consiste la post-poesía y determinado afán definitorio me abruma, como si todo tuviera que responder a una fórmula científica que me obliga (si A entonces B) a disfrutar de lo que estoy leyendo, sin que yo pudiera decidirlo.
Por supuesto, el fenómeno ha engullido a los libros, pero yo me he mantenido bastante al margen del fenómeno, precisamente para poder apreciar los libros con mirada limpia de niño de película de la guerra civil. Y me han gustado. No sé si son realmente una revolución, me parece que no. Me parece que Loriga intentó algo parecido en "Héroes", que Cortázar y Fresán -ya quedó dicho- y que los puntos absurdos le deben algo a Barthelme, aunque todo esto sea de manera inconsciente.
Pero, revolucionario o no, merece la pena. Quedémonos con eso. Una lectura muy recomendable. A ser posible, por ese orden y con paciencia.