viernes, diciembre 02, 2011

Nada es para siempre


Antena 3 ya tenía "Compañeros" pero le debió de saber a poco y dobló la apuesta con algo un poco más "light", más "petting", una cosa dulzona, incluso cutre por momentos, su rodaje en Coruña, su música de Cómplices. Era una serie ñoña y sin ninguna pretensión más que enseñar chicos monos y chicas monas que se enamoraban y se desenamoraban, sin grandes catástrofes ni dramatismos ni sanciones morales.

Quizá por eso me gustaba, porque se parecía a lo que yo había vivido. Un instituto sin Kimi ni Valle, sin Mariano Alameda ni Elsa Pataky.

Cuando se estrenó la serie yo tenía 22 años y estaba terminando la Universidad. Eso me debería descartar como público objetivo pero todo el mundo sabe que estas series tienen dos clases de espectador en mente: el niño o niña de 12 años que cree ver ahí un futuro prometedor, un futuro en el que eres especial, tienes amigos, ligas y desligas todo lo que quieres... y el universitario veinteañero que recuerda todo aquello que no vivió con la nostalgia propia del que sí hubiera estado ahí.

El último peldaño en la vida de Peter Pan.

Mirado desde la distancia, todo aquello tenía que ser horrible: las actuaciones dejaban que desear, las tramas apenas existían, puede incluso que las chicas no fueran tan guapas... pero había algo de pertenencia ahí. ¿Por qué uno elige pertenecer a "Nada es para siempre" y no a "Al salir de clase"? No puedo explicarlo, simplemente fue así. Lanzo una hipótesis: "Nada es para siempre" era una serie destinada a fracasar, era la pariente pobre de la familia de fenómenos de instituto.

Es normal que ahí me sintiera cómodo. Yo nunca fracasé en el instituto pero porque nunca me lo propuse. Siempre tuve una idea tierna de mí mismo, ahí, en el Ramiro de Maeztu, rodeado de Chicas Langosta. Todo me venía grande y necesitaba una serie a mi medida. Una serie que no esperara nada de mí y a la que no le importara que yo no esperase nada de ella. Una relación perfecta.

Creo que eran los tiempos del Club Megatrix y Desperado Social Club, probablemente el programa juvenil más infravalorado de la historia reciente de la televisión. Aquello era cercano, lo podías tocar. ¿Qué hay ahora en su lugar? Ídolos. Los ídolos lo llenan todo de sombra con su propio crepúsculo. Gritos histéricos y desmayos. Nada con lo que empatizar, nada de lo que sentir nostalgia. Histeria. El instituto del año 2011, el internado del año 2011 es un lugar sórdido y hasta las niñas de 12 años saben que es imposible que nunca llegue a pasarles algo parecido.

Quizá por eso anticipan la frustración llorando al paso de Mario Casas.