A Cheever le siguió Vila-Matas. En medio quedó Severiano Ballesteros. No siento ningún pudor a la hora de admitir que muchos de mis libros preferidos son biografías de deportistas famosos. En las biografías de cantantes, actores e incluso jugadores de golf está resumida toda la literatura contemporánea: fama, poder, mujeres, sexo, conflictos resueltos y por resolver, traiciones, trampas, confidencias, expectativas, familias desestructuradas y fans enloquecidos… solo falta algún vampiro que otro.
O algún templario.
Vila-Matas parte de todo lo contrario en su “Bartleby y compañía”: la austera normalidad del escritor en potencia que prefiere no escribir por las razones que sean. Vuela sobre el libro la pregunta: “¿por qué escribir?”, pero a mí esa me parece una pregunta nimia. Mucha gente escribe. Efectivamente, es una necesidad; no a la altura de la expresión oral, pero que está ahí. La verdadera pregunta sería “¿por qué publicar?” y solo se me ocurren de entrada dos respuestas: “Para ganarse la vida” y “para alimentar el ego”. Las dos me parecen muy razonables. Ganarme la vida alimentando mi ego es algo con lo que llevo soñando años.
Otra cosa es que esto se esté convirtiendo en un disparate, hasta el punto de que ni siquiera sé lo que quiero decir con “esto”. El mundo de la cultura, supongo, si es que eso quiere decir algo, que lo dudo. Ahora mismo, un escritor tiene que agradar a demasiada gente para poder cumplir su sueño de alimentar ego y estómago. Un escritor y un cantante. Y un actor, más. Al actor, encima, se le pide –se le exige- que sea político. Un escritor puede limitarse a ser excéntrico y un cantante… en fin, digamos que a un cantante se le pide más bien poco y no veo por qué tendría que ser de otra manera.
El concepto del escritor como producto de consumo de masas no me indigna. Simplemente, me agota. Las conferencias, las charlas, los encuentros, las presentaciones, las entrevistas, los reportajes, las fotos, los agentes, los editores, las distribuidoras… El problema surge cuando el “preferiría no hacerlo” se convierte no en algo propio sino ajeno. Cuando llega el miedo. El miedo a que los demás prefieran no llamarte para sus columnas, sus revistas, sus portadas, sus coloquios, sus imprentas, sus estanterías.
De hecho, eso es lo que se suele encontrar el escritor novel: un montón de “preferiría no publicarte”, “preferiría no distribuirte”, “preferiría no reseñarte”. No entiendan esto como el clásico alegato del llorón para el que las uvas están ácidas. Yo he dejado claro desde el principio que quiero escribir y publicar, y luego poder elegir a lo Bartleby si me quedo o no. Vila-Matas dedica todo su magnífico libro a esas decisiones personales y olvida que ya ni siquiera son personales sino que las toman por ti.
Con todo, ¿por qué seguimos queriendo ser escritores aparte del ego? Porque confiamos en que algún día alguien a quien admiramos, Vila-Matas por ejemplo, escriba sobre nosotros.
Y que compren nuestra biografía, por supuesto.
Una última aclaración: el que dice “ego” dice “sexo”, claro. Serrat reconoce que aprendió a tocar la guitarra para poder ligar y no seré yo el que niegue que empecé a escribir como una de tantas maneras de llamar la atención. Mi manera, en cualquier caso. En fin, se me hace tarde. Ese será tema para otro día, me temo. Todo un tema: sexo, cultura y mamoneo. Seguro que les suena de algo.