jueves, noviembre 25, 2010

El chico equivocado en el lugar equivocado

Hace un par de años más o menos, cuando aún escribía ficción de manera compulsiva como ahora escribo sobre Messi, por poner un ejemplo de mi decadencia, escribí un relato para el taller que respondía al tema elegido de "la diatriba". En realidad, no era una diatriba en sentido estricto, pero un escritor hace bien en saltarse de vez en cuando el sentido estricto. No digo siempre, pero sí de vez en cuando.

El relato recogía una vieja idea que me lleva dando vueltas durante unos 13 años sobre el concepto de la eternidad y la vida después de la muerte con una pizca de triángulo amoroso y de infidelidad, otros dos de mis grandes temas.

Y hasta aquí lo que tiene que ver con el relato, empecemos ahora con el editor.

Conocí a Álvaro Vázquez en el garaje de la antigua casa de Pablo Ager. Venía con Jorge Marazu, los dos con una pinta de detectives salvajes que no podían con ella. Me parecieron asombrosos y maravillosos como grupo y por separado. Creo que fuimos a un concierto del propio Pablo, no podría asegurarlo, pero es probable. Desde entonces, a Jorge le he visto menos porque se volvió a vivir a Ávila, pero intento mantener mi amistad con Álvaro hasta donde nuestras agendas nos lo permiten. Para tenerlo más cerca, lo incluí como personaje en mi novela sobre francotiradores. Es el que siempre se indigna. No le importó.

Ustedes pueden pensar ahora que si Álvaro Vázquez ha decidido meter mi relato en el primer número de su revista es porque somos amigos y pretendemos formar pandilla o simplemente para devolverme el "favor" de ser el primer invitado junto a Pablo del Fuera de Contexto. Es posible y no lo voy a negar, pero prefiero pensar que es al revés: porque a mí me impresiona su talento y su entusiasmo, le elijo como amigo y le invito como cantante, y de la misma manera, porque a él le gusta cómo escribo, me llama y me pide un cuento para su revista.

El huevo o la gallina, ustedes deciden, el enlace lo tienen aquí.