lunes, marzo 22, 2010

Despedidas, sueños y hospitales

Mi abuelo me recogía en Alfonso XIII y cogíamos la línea 4 hasta Argüelles. Tengo pocos recuerdos de aquello, solo frases sueltas. Por ejemplo, en 1986, el Real Madrid jugaba la final de la UEFA contra el Colonia, un equipo de la ciudad alemana. A mí lo de "colonia" me hacía mucha gracia y bromeaba con el abuelo como bromea un niño de nueve años, "Se llaman Colonia, abuelo, seguro que huelen todos muy bien". Yo no sé si esos chistes le hacían gracia. Sí sé que me quería mucho. Sé que me ha querido mucho todos estos años e incluso esta mañana, cuando me miraba con cara de resignación, como si quisiera decirme algo más y no pudiera.

Alguien me preguntó hace poco si me despedí de mi abuela y yo no supe qué contestar. Supongo que es complicado determinar la palabra "despedida". No le cogí la mano y le dije algo parecido a "adiós". No mientras ella estuvo consciente. Cuando estuvo inconsciente se lo dije mil veces, me despedía cada mañana. Y cada tarde. Y antes de la inconscencia, bueno, le cogía la mano también, pero no me atrevía a despedirme. Me parecía incluso insolente: matar a la gente antes de que se muriera.

En cualquier caso, a mi abuela me la he encontrado en sueños mil veces después, y creo que todo eso se ha arreglado y el que no crea que los sueños dicen la verdad se está perdiendo una parte importante de la vida.

Por ejemplo, yo con mi abuelo he soñado solo dos veces, creo: la primera fue hace dos semanas, él tenía algo parecido a un desmayo, estaba muy pálido, muy malito y nadie le hacía caso y yo llamaba a ambulancias y taxis y me agobiaba y no había manera. Al día siguiente mi padre me llamó y me dijo que le habían ingresado por unos dolores. Por supuesto, sabía que mi abuelo tenía algunos dolores, pero nada hospitalario, es decir, seguía una cierta rutina y al fin y al cabo me había visitado a mí al hospital apenas un mes antes.

Esta segunda vez el sueño era diferente. Era plácido. Caminábamos por una ciudad que era Madrid pero en desorden. Una cuesta enorme y el Puente de los Franceses, otra cuesta enorme y la cruz del Valle de los Caídos. Todo muy Dalí. En vez de que él me llevara a mí, como cuando era pequeño y bajábamos por las colinas del Clínico o visitábamos el Tribunal Constitucional, yo le llevaba a él, le ayudaba a subir escalones y sentía una paz enorme.

Naturalmente, a la hora de despertarme mi abuela llamó: las cosas habían empeorado.

No sé si me despediré de mi abuelo. No sé si me he despedido esta mañana, por ejemplo, cuando le he cogido la mano y le he mentido "ahora vuelvo, voy a comer, ahí, a aguantar, tú tranquilo". No sé si preferiré una despedida más dramática, también al borde del coma. Supongo que uno se despide cuando decide que su última frase es eso: la última.

Tengo miedo, si les soy sincero.

Pero creo que él lo entendía, y si no lo entendía hoy, esta mañana, mientras luchaba por atrapar el oxígeno, seguro que me viene a contar dentro de unos días en algún sueño que sí, que lo entiende y que está bien, que no me preocupe. Y luego nos iremos a dar una vuelta, claro que sí, como debe ser.