Nos interesaba la política, claro que nos interesaba la política. Todo el mundo decía que no, que éramos una generación vaga y sin ideales y sin voluntad de lucha ni cambio, pero yo creo que era mentira. Lo que pasa es que quizá no nos la tomábamos tan en serio como debíamos o que llegó un momento en el que se inculcó -también en eso- la idea de que en realidad no podíamos cambiar nada o de que no sabíamos cómo demonios cambiarlo ni con quién.
Pero, vamos, nosotros secundábamos las huelgas generales, escuchábamos a Juan Diego Botto en el Ramiro de Maeztu hablar de exactamente lo mismo de lo que sigue hablando ahora -pero entonces el malo era Leguina- y si había que faltar a clase reivindicando una calefacción de calidad, ahí que faltábamos y nos íbamos a jugar al baloncesto. En la Autónoma, íbamos a las asambleas del Sindicato de Estudiantes y éramos de lo más educado: nunca les interrumpíamos. Tampoco es que dieran mucho margen para ello.
En fin, que éramos de izquierdas. No sólo eso: yo diría que muy de izquierdas. Entrañablemente. Recuerdo cuando la Cámara de los Lores decidió continuar con el proceso de extradición de Pinochet y mis lágrimas al teléfono con T. "Qué bonito es ser de izquierdas", repetía, "qué bonito". Compraba El Jueves y odiaba a EEUU, Israel, la banca y los empresarios. Es decir, en el fondo, igual podía haber sido Ricardo Sáenz de Ynestrillas, pero por aquella época los chicos de Ynestrillas no advertían muchos matices y cada fin de semana en Moncloa era una lucha por la supervivencia.
Aunque nosotros no íbamos mucho por Moncloa, la verdad.
Eran tiempos parecidos a estos: crisis económica brutal, falta de ideas por parte del PSOE, una oposición muy dura y escándalos de corrupción diarios hasta un punto ya casi cómico. No le tenía ningún cariño a Felipe González, desde luego. Para parte de nuestra generación, Felipe González era el enemigo a batir. El jefe cansino y repetitivo. Siempre había sido nuestro presidente. Desde los 5 años hasta los 19. Toda una vida. Queríamos superarle por la izquierda al coste que fuera. Echarle de ahí y que llegara la revolución. ¡Acción directa!
No recuerdo ningún amigo que votara al PP, aunque estadísticamente tenía que haberlos. Los seguía habiendo muy PSOE pero la gran mayoría simpatizábamos con Anguita e IU. Era una época de agravios, como siempre: Anguita odiaba a González, González odiaba a Aznar, Aznar odiaba a González y despreciaba con cierta condescendencia a Anguita. Todos se reprochaban todo. En 1994, el PP ganaba sus primeras elecciones nacionales: las Europeas. ¡Y de qué manera! Aquello fue una sangría en plena era Roldán. En 1995, Gallardón logró mayoría absoluta en Madrid y Vázquez Montalbán preparaba un libro maravilloso titulado "Un polaco en la corte del rey Juan Carlos" y que consistía básicamente en analizar la retirada a los cuarteles de la élite socialista y la "llegada de los bárbaros".
Mis primeras elecciones fueron las de 1996. Por supuesto voté a IU. Por supuesto, estaba convencido de que el PP ganaría y Aznar sería presidente. Su campaña era "La nueva mayoría", la del PSOE puede que insistiera en lo del "cambio sobre el cambio" y esas metafísicas de político pasado de vueltas. Teníamos sentimientos ambiguos. Pasa en el fútbol y en la política: aquí tampoco sabíamos con quién ir, es decir, no queríamos a Aznar, pero tampoco queríamos a González. Por convicción, por estética, tendríamos que apostar por un presidente de izquierdas, pero para nosotros González era un peligroso fascista, igual que Ibarretxe lo es ahora para los jóvenes independentistas catalanes.
¡Ibarretxe!
No hubo debates pre-electorales y si los hubo yo no los recuerdo. Recuerdo los de 1993, cuando las cosas aún eran de otra manera. GAL, pero menos.
El recuento fue agónico. Por un momento pareció que el PSOE volvía a ganar, luego el PP consiguió una mínima ventaja y la mantuvo hasta el final. Menos de un punto, no voy a consultar ahora la diferencia exacta. Unos cien mil votos o algo así. Nos entusiasmó el resultado. En el fondo, no habían ganado ninguno de los dos. Nosotros tampoco, pero estábamos acostumbrados. Salimos a la calle al grito de "¿Dónde está la nueva mayoría?" y aquello de "Por consiguiente, Felipe presidente", un eslogan bastante logrado. Bajo los balcones de Génova, la gente gritaba "Tongo, tongo" y "Pujol, enano, aprende castellano".
Cuando a Rubalcaba -sí, Rubalcaba- le pidieron su valoración del resultado como ministro saliente sonrió unos segundos y preguntó con cierta sorna "¿Saliente? ¿Está seguro de eso?". A nosotros no nos entraba la idea de ver a Aznar de presidente. Era un chiste. Años después me pareció un chiste que lo fuera Zapatero, pero al final te acostumbras a todo.
Yo no creo en ninguna superioridad moral de la izquierda. Estoy muy lejos de creerlo. Sí creo que cuando era de izquierdas era más feliz, pero esa es otra historia y no conviene confundir ambas cosas.
La fiesta del aguafiestas
-
[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:05]
Buenas noches. Mi aguafiestismo profesional me obliga hoy a la tarea,
ciertamente desagradable, de arremete...
Hace 5 horas