El cómico descansa en la cocina del Hotel Senator, dando sorbos de una lata de Red Bull. A veces todo es tan glamouroso como eso: el público pide sus raciones y sus copas, ríe en medio de una música de jazz en un teatro enorme y supone que el actor está en un camerino maravilloso rodeado de luces y representantes.
Pero no.
Dani se sienta en una encimera metálica y cuando llego me sonríe y me abraza. Está contento. Eso es algo obvio y desde luego no tiene ninguna razón para no estarlo. La primera parte del monólogo, una mezcla entre su anterior espectáculo, "Tiempos modernos" y el que está en gestación, "El apocalipsis", ha enganchado a la gente y por la Chocita hay un ambiente de buen rollo generalizado, con parejas entrecruzando manos y sonrisas en la cara.
"La segunda parte te va a encantar", me dice, sobrio, como siempre, esa voz distintiva. El problema es que yo no me quedo a la segunda parte y se lo digo. Le digo que estoy cansado y que tengo que madrugar al día siguiente -es cierto, al día siguiente toca INEM y todo lo que eso conlleva-. Le digo también que ha mejorado muchísimo desde la última vez que le vi en directo,
allá por 2007 en Galileo.
Es verdad.
Por entonces, Dani ya era gracioso, por supuesto, pero quizás un poco encorsetado en aquello del "humor inteligente". De madrugada, la gente se perdía en tanto giro y tanta referencia cruzada. A él se le notaba tenso, como si tuviera que defender algo en lo que creyera demasiado y se pusiera nervioso. Ahora no. Ahora, Dani mezcla juego y sabe aprovechar las ventajas. Los tres años en directo en una televisión nacional. La influencia de otro tipo de humor más directo, más de sketch, más, por así decirlo, Miki Nadal.
Si hay que decir "polla", se dice "polla" y dejamos a Bergman para más tarde. Aparte, ya lo he dicho, está contento y eso se transmite. Donde yo digo "contento" pongan ustedes "confiado" porque supongo que se puede estar terriblemente triste y aun así ser un excelente cómico. De hecho, abundan los tópicos al respecto. Pero cuando uno está confiado, haga lo que haga, ya ha recorrido la mitad del camino y Dani sabe que vale, que no es un tipo minoritario y que no tiene por qué tener miedo a ser ambicioso.
Lo sabe, bebe más Red Bull, un tipo esquiva al pinche y le dice: "Dani, dos minutos" y yo me despido con una entrevista bajo el brazo y un chiste dedicado. "De todo se aprende", dijo él, o algo parecido. Soy muy bueno tergiversando declaraciones.