Una capacidad infinita para la nostalgia. Ese es mi principal activo. Como el actor que rueda una escena y pasa inmediatamente al monitor a ver cómo ha quedado. Estamos en el bar Antorcha, calle Pez: B., Álida, Hache, Juan Diego Martín, un amigo suyo parisino y encantador, y Santiago de Lucas, aparición fugaz y eléctrica, como es habitual. Juan Diego me dice "te has vuelto muy nostálgico últimamente", refiriéndose al blog y luego le explica a su amigo de qué está hablando utilizando un montón de elogios.
No me sonrojo, no crean. Yo soy muy capaz de abrumar a su vez a Juan Diego: "Cómico bueno, cómico muerto", ese descubrimiento casual cortesía de Ana Boyero, se ha ido convirtiendo con el tiempo en una auténtica maravilla: un aluvión de risas incontroladas, incluso entre los que ya hemos visto la obra varias veces.
En fin, la melancolía, a eso iba. Las niñas hablan de sus cosas. Las niñas son terriblemente jóvenes y nosotros no sabemos lo que somos y lo que no. En el Sideral, tiempo más tarde, suena "Creep" y yo intento explicarles todo lo que explico en otros lados, pero supongo que sueno reiterativo. ¿Más explicaciones? "Yo recuerdo todo aquello (mi adolescencia) como una época feliz y divertida, pero cuando me pongo a pensar y escribir, realmente no entiendo por qué".
No hay que irse tan atrás. En la barra del Colonial, última etapa de una noche improbable -"una semana en la vida de Guille Ortiz", dijo Fer cuando le conté mi rutina enloquecida de lunes a jueves- nos ponemos a recordar otra vez todo lo que pasó hace cuatro años y medio. Ya he dicho que somos unos actores algo presuntuosos, así que, aquellos primeros meses, recordar en barras de bar el pasado era algo habitual. Incluso escribir libros al respecto.
Éramos tan felices, éramos tan felices...
Cuatro años y medio después, algunas cosas suenan directamente increíbles, suenan a canción de Lichis: "No sé quién soy, no sé quién fui, a veces pienso en los lugares donde dices que estuve, ¿llegamos alto?, ¿con las estrellas?, ¿me confundí entre ellas?" Solo que, por un momento, nos da la sensación -me da la sensación, no voy a extender gratuitamente mis ataques megalomaníacos- de que las estrellas éramos nosotros. Noches de Warhol´s y Honky. La sensación de que todo nos estaba permitido todo el rato y éramos nuestros propios iconos.
Reyes. Éramos reyes. Fuimos reyes. Durante meses y años. Y resulta que se nos había olvidado, qué pena. Justo a nosotros que no conseguimos olvidar nunca nada. Somos impulsos de voluntad, agotadores impulsos de voluntad inocente: de la noche a la mañana, por ejemplo. decimos "Quiero hacer un cortometraje" y la siguiente copa de JB te la bebes como cortometrajista.
Toma buena.
Yo escribí hace tiempo un relato -el relato de la Chica Langosta, precisamente- que terminaba: "El rey estaba dolido, de acuerdo, pero seguía siendo el rey". Y así, entre canciones mexicanas y cambios de temperatura va avanzando el sábado.
La fiesta del aguafiestas
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[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:05]
Buenas noches. Mi aguafiestismo profesional me obliga hoy a la tarea,
ciertamente desagradable, de arremete...
Hace 5 horas