Las similitudes con la figura de Tony Blair y la guerra de Irak son inevitables pero por otro lado están insinuadas con bastante sutileza. Es decir, todos sabemos que ese ex primer ministro tan americanófilo solo puede ser Blair, pero por otro lado el personaje de un magnífico Pierce Brosnan es tan distinto en carácter y formas al original que la película en ningún caso roza el panfleto reivindicativo. Es cierto que las distintas vías investigadoras se acaban liando un poco al final, pero a ese final llegamos tan entusiasmados que realmente nos da igual. Es una película de las de disfrutar con la boca abierta y pegados al asiento. Otra buena noticia: Ewan McGregor, un actor que a veces deja dudas, está realmente soberbio aquí, más relajado, más tranquilo, más actor, en definitiva.
Tampoco se puede evitar un cierto morbo e ironía al ver una película de Polanski hablando sobre los Estados Unidos y sus tejemanejes, pero ya decimos, el morbo, la ironía, la reflexión política no dejan de ser una parte más en un engranaje muy completo. No están concebidos como fin sino como medio y eso se agradece mucho.