Discutir sobre el fondo y la forma nos puede llevar siglos. Además, es una discusión viciada, porque en realidad no son términos incompatibles. Uno puede dedicar quince años de su vida a desarrollar unos efectos especiales que le den más realismo a su historia y aun así tener una historia decente que contar.
Quizás ese debería haber sido el orden de James Cameron: primero encuentro algo que contar, luego la tecnología, y no al revés.
"Avatar" es una gran exhibición de nada. Es un popurrí en toda regla, tanto visual como narrativo: una mezcla de cosas de "Matrix", "La guerra de las galaxias", "Watchmen" y esos hermosos documentales de IMAX en los que dinosaurios hechos por ordenador y en 3D se persiguen unos a otros.
Básicamente, "Avatar" es una película de persecuciones. Una tras otra, siguiendo siempre un mismo patrón, con alguna escena explicativa intercalada.
Los problemas de Cameron -o su guionista- con los diálogos son alarmantes: parece que ningún personaje -por llamarlos de alguna manera- es capaz de decir dos cosas coherentes seguidas. Todas las conversaciones están compuestas por una frase, respuesta y chiste, o más bien comentario irónico. O eso o arengas a lo "Braveheart": monótonas, repetidas hasta la saciedad, sin ninguna sustancia, completamente increíbles.
El guión de "Avatar" avanza a base de improbabilidades. Eso tampoco es tan grave. Lo grave es que esas improbabilidades nos lleven a una insustancialidad tan extrema. El discurso de la película -porque sí, la película tiene discurso- viene a ser una reivindicación del "Un mundo feliz" de Aldous Huxley, con su amor a lo originario, lo primitivo, lo común, lo incivilizado y la mezcla actual de pacifismo, buenismo, ecologismo, espiritualismo... sin ningún ton ni son.
Desconozco los méritos formales de hacer una película así. No entiendo nada de efectos especiales. Valoro, por supuesto, sus efectos. Las persecuciones son espectaculares, al menos hasta la cuarta. No sé hasta qué punto revolucionan nada, si esto abre el camino a un nuevo modo de hacer cine o no. Lo que sí sé es que ya que andábamos abriendo puertas podríamos haber aprovechado para limpiar un poco la habitación y no llenarla de prisas, chistes malos, topicazos y un buenismo irritante.