Me hace gracia cuando la gente me presenta a Carlota Coronado y Giovanni Maccelli. Carlota, Giovanni y yo nos levantábamos a las 7,30 en una casa del Barrio Antiguo de San Sebastián, allá por 2003, justo cuando nuestros compañeros de piso se acostaban, y cogíamos un autobús que rodeaba la ciudad y nos dejaba en el Kursaal para nuestro pase de prensa de las 9.
Éramos insultantemente jóvenes. Meses después pasé una semana con la hermana de Carlota, Penélope, en una pensión de Valladolid. Fue una semana larguísima por mil razones y ninguna tuvo que ver con la pobre Penélope, que pasó del entusiasmo de saberse acompañada en la Seminci al conformismo de darse cuenta de que un compañero melancólico es cualquier cosa menos un compañero.
Me hacen gracia las presentaciones y por supuesto me llenan de orgullo. Me llena de orgullo que la gente vea su corto y aplauda igual que me llena de orgullo que a Manuel Burque lo reconozcan por la calle, por ese prurito estúpido de "yo le conocí antes" que me da cuando la gente a la que admiro acaba triunfando. Y para mí, que 300 personas abarroten un teatro en Almería y se rían con cada chiste de tu corto es un triunfo, sin duda.
Manuel Burque, su talento extraordinario y esa simpatía brutal, entrañable. Para los que dicen que en este blog solo se habla de mujeres...
En fin, segundo pase de cortos nacionales en el Teatro Cervantes y, como quedó dicho, lleno hasta la bandera, hasta el "No hay localidades". Una sesión excelente, he de decir. Irregular, claro, pero con un nivel altísimo. Sonia y yo sonreíamos satisfechos: la gente reía, la gente aplaudió, la gente salió a la calle con una sonrisa en la boca. Yo, que soy un hombre de debilidades, me inclino por "La segunda posguerra", supongo que no solo porque es el corto que me gustaría hacer sino el que me veo capaz de hacer algún día: humor cáustico, fluidez en el diálogo, gran dirección de actores, simplicidad máxima...
Almería, este segundo año, y contra todo pronóstico, ha sido una bendición: una manera de sentirse en casa un tanto absurda. Una ciudad en la que te tomas cafés con Kika y su madre, te tomas tapas con amigas de la post-adolescencia y sientes que conoces a todo el mundo y todo el mundo te conoce a ti. Como si todo esto hubiera merecido la pena, y si quieren saber qué quiero decir con "todo esto" empiecen a leer desde marzo de 2006.
Esta mañana, apoyado en mi poyete de la playa de Almería hablé con Pedro, mi compañero de dirección en "Do not disturb". Dice que el montaje está acabado, que solo falta etalonar y hacer la mezcla de sonido. Tengan en cuenta que yo soy un cortometrajista con boina, un cortometrajista que no sabe si el verbo correcto es "etalonar" o "talonar" y que en cualquier caso no tiene ni puta idea de en qué consiste eso, aparte de conseguir que todo se vea más bonito.
Fantaseo con que el año que viene esté aquí como director invitado y presente mi propio corto. Sería bonito. No necesario. El año que viene estaré aquí como cualquier cosa, no soy un hombre que necesite cargos para labrarse un Puente de la Constitución.
Un día la vida me cruzó con Óscar de Julián y el tiempo ha demostrado que aquél fue un gran día.