miércoles, diciembre 02, 2009

De estilo y dignidad

Una chica relativamente joven escribe un libro sobre las Trece Rosas. Se puede decir que no es un tema demasiado original pero algunos temas no pasan de moda así que la chica consigue que le publiquen su libro. No sólo se lo publican sino que consigue un moderado éxito -l´esprit du temps- e incluso el Metro de Madrid considera oportuno colgar un fragmento en sus vagones, dentro de su, por otro lado encomiable, campaña de apoyo a la lectura.

El fragmento, que se supone que es lo que más ha gustado entre los seleccionadores de Metro de Madrid abre con una descripción de la decimotercera rosa y su entrada a una maldita capilla. A mí, francamente, todo eso me da igual. Como si es Frodo intentando entrar en Mordor. Lo que me llama la atención es la cuarta o quinta frase: "El temblor de sus piernas era imperceptible pero no por ello menos evidente".

Es imperceptible y evidente a la vez. Un temblor. Prodigioso. Es en ese momento cuando reviso hacia atrás todas las fronteras que ha cruzado la frase -experto del Metro, editor, corrector editorial, lector, amigos de la autora, la propia autora...- y me doy cuenta de que no tengo futuro: jamás podré escribir una frase así.



Un periodista de moderado prestigio pero enormes ínfulas, rodeado de sus palmeros habituales muestra un vídeo robado de Joan Laporta emborrachándose en una fiesta y todos coinciden en que el presidente de un club de fútbol no puede emborracharse en discotecas cuando su equipo gana. Se entiende que los presentadores con ínfulas, sí, pero los presidentes de clubes de fútbol, no. Como la mujer de César. En fin, después del alegato, añade: "Admiro mucho a Joan Laporta y le considero un gran amigo, hasta hoy, supongo" y sonríe maliciosamente porque ha perdido un amigo, lo ha humillado públicamente pero a cambio ha conseguido una noticia para su programa de TDT de la una de la madrugada.

Entonces me miro a mí, no a las ojeras ni a las entradas en el pelo ni a las canas evidentes en las sienes -valga el tópico, porque resulta que todo eso es cierto- sino a mí, sea eso lo que sea, y pienso que no, que tampoco podré ser un periodista siquiera de moderado prestigio porque soy el típico pringado que se haría tan amigo de Platón que no podría decirle las verdades a la cara.

Lo que siempre deja abierta la posibilidad de no tener amigos, claro. Posibilidad que, de momento, y en perjuicio de las ojeras y las canas, queda descartada.