Fernando Iwasaki tiene una merecida fama de escritor divertido. No solo de divertido, porque tener fama de divertido en este país no es tan difícil, ahí está Manel Fuentes. También de valiente. Su sentido del humor no se para donde los demás se pararían, es un tipo políticamente incorrectísimo sin necesidad de escándalos ni de manifiestos, solo mediante el uso de la ironía y la señalización del tópico.
Su último libro de relatos aborda el mundo de los premios literarios. Hasta cierto punto es una novela, más que un libro de relatos, pese a la apariencia. Es la novela de un tipo que se inventa un relato y lo va ajustando con calzador a las distintas bases de concursos que encuentra por el camino hasta llegar a lo absurdo.
En ese camino, hay chistes sobre futboleros que se toman a sí mismos excesivamente en serio, vascos fascinados por los árboles talados y las piedras enormes sobre los hombros, jóvenes antiglobalización dispuestos a cantar el himno de la Legión y así sucesivamente... Lo tiene todo para que le caigan un buen par de hostias en cada esquina, pero a la vez lo tiene todo para que el que lo haga quede como un gilipollas y por lo tanto se abstenga. Pese a las apariencias, en este país quedar como un gilipollas es aún algo muy mal visto.
Los concursos literarios tienen algo de gilipollez. De entrada, el concepto de competición para juzgar la literatura, algo que ya es muy ambiguo. Luego, la tendencia a que cada asociación, pueblo, municipio o comunidad autónoma tenga el suyo, dispuesto, claro está, para que los distintos escritores en lengua hispana (o gallega o catalana o euskérica) glosen las mil virtudes de dicha asociación, pueblo, etc.
La consistencia con la que nuestro protagonista va ganando premio tras premio con sus disparatadas historias tiene un punto verosímil. Absurdo, pero verosímil, como debe ser el fallo de cualquier premio de relato breve. Con esa nota privada del presidente de cada jurado/asociación/etcétera que parece querer decir "No era esto, no era esto...". A bases disparatadas, ya se sabe.
El libro de Iwasaki más que carcajadas provoca sonrisas, aunque cueste un poco entrar en la historia precisamente por su intención de repetirla. Las versiones finales, desde luego, mejoran con mucho las iniciales y no hay nada que invite a pensar que esa no era la intención del autor. Es un libro inteligente, ese tipo de inteligencia que deja las cosas claras pero dichas de una manera que es imposible ofender a alguien.
Un libro que se autoexcusa.
Un libro que parodia, en definitiva: no todos los premios en España se dan al tun-tun, basándose en una fórmula igual que Hipólito G. Navarro no forma parte de todos los jurados. Conozco excelentes relatos ganadores de concursos desconocidos. Pero resulta verosímil y eso es lo que cuenta.
Y divertido, ya digo.
La realidad, dejémosla para la hemeroteca.