Uno no va a festivales para encontrarse a gente pero inevitablemente lo hace. De hecho, uno va a festivales para ver cortos y partidos de fútbol y para navegar por Internet con su portátil. Es decir, uno va a otra ciudad para poder sentir que sigue en la suya pero cambiando el decorado. Por ejemplo, acaba la sesión de cortos internacionales y me meto en un partido a ver al Barcelona arrollar al Deportivo y me quedo con esa sensación absurda e intransmitible a no-futboleros de haber visto algo parecido a una obra de arte. Algo que no volveremos a ver en años.
Pero ese es otro tema. Como el que un tipo en crisis lleve ya 9 goles en 12 partidos de liga.
Nuestro tema es Almería en Corto en su segunda jornada. Avión de sobremesa -observen lo improbable de la comida del aeropuerto: aros de cebolla con baguette de chorizo y dónut- y encuentro con la Chica Diplomática, rumbo al Cabo de Gata. ¡Ah, si yo hubiera sido otro hombre también habría estado en el Cabo de Gata! But then again...
Yo estoy en el coche de la organización rumbo al hotel, peleándome con la visera -o cómo se llame- de mi lado del parabrisas y recogiendo acreditaciones y cheques comida. ¿Saben qué me he propuesto para estos cuatro días? Ser el tipo más sonriente de Almería. Pase lo que pase. Sonrío a Miriam, sonrío a Antonio, sonrío a Elena. Sonrío a Óscar de Julián cuando nos cruzamos en el ascensor del Torreluz y me promete que mañana me reservará una horita para tomar una caña.
Sonrío a Natalia Mateo y a Marta Aledo. La gratificante sensación de que la gente conozca tu nombre, como en Cheers. Incluso la gente que va a recoger premios por su trayectoria y por su futuro y que se emociona cuando pronuncia determinados nombres con toda la lógica del mundo. Sonrío cuando me cuelo en el palco de la organización sin ningún derecho y sonrío con los cortometrajes.
Primero, con "Carisma", de David Planell, pese a los problemas objetivos de sonido y el problema subjetivo que supone ver este corto después de haber visto "Banal", del mismo director. Luego, ya en sección oficial, sonrío con "Horn dog", de Bill Plympton, una pieza de animación divertida. Sin alardes, pero divertida. A mí no me gusta la animación, pero si dura cuatro minutos y hay perros follando puedo vivir con ello.
Después, dos conocidos: "Flat love", de Andrés Sanz, un prodigio de fotografía y realización y post-producción. Un recreo narrativo y experimental. Algo distinto. Como cuarto plato, "La rubia de Pinos Puente", que vuelve a ser desternillante y que se lleva una ovación cerrada que dura casi un minuto. Por último -al menos para mí- Óscar presenta "El clavo", una inquietante comedia absurda islandesa de humor macabro y contundencia a veces excesiva.
Perturbadora.
Cuando la gente salga del teatro hablará de ello: de la de Pinos Puente -aquí, en el sur, este nombre hace especial gracia- y la del clavo. Lo dirán así, "la del clavo". Cuando la gente salga del teatro lo hará contenta, eso seguro. Como todos los años, o casi. Y yo sonreiría -les sonreiría como sonrío a la camarera del bar donde he huído a ver la citada segunda parte del Deportivo-Barcelona, sin poder creer lo que veo- pero me es imposible estar en dos sitios a la vez, así que salen y se quedan sin mi sonrisa y yo, en vez de seguir encontrándome gente, me vengo aquí y les cuento esta historia de un día largo pero tremendamente agradable.
Un día mediterráneo y soleado, claro que sí. Un día peor que mañana, primera sesión del Certamen Nacional de Vídeo, la selección que hicimos entre Sonia, Lola y yo. No es que nos juguemos nada, pero estaría bien que la gente aplaudiera.
Otro motivo para la sonrisa.