Unos lo llaman "tap" y otros lo llaman "claqué". Puede pasar incluso que la cantante pida que no lo llamen "claqué" sino "tap" y que inmediatamente el bailarín no haga mención alguna al "tap" y recurra constantemente al término "claqué". En rigor, da igual. Se barajan nombres que suenan bien, americanos, pero que yo no conozco. Hay un pianista, un violonchelista, un batería, algún guitarrista ocasional y un buen montón de entusiastas respirando Nueva Orleans, años 40.
Pero sobre todo hay una cantante y un bailarín, los del principio de la historia. Ella prolonga y acorta las canciones a su antojo, con una voz maravillosa, profunda, sensible y una carcajada ocasional a lo Elis Regina, sus bailes esporádicos y su coqueteo artístico, de un erotismo sublime, estético, con el bailarín, que va y viene, sombrero y corbata desanudada, un tipo sacado de cualquier otra época, un prodigio de agilidad y ritmo y sonrisas pícaras, de chico que sabe lo que se hace.
Aunque quizás sea al revés, quizás el tipo sacado de otra época sea yo. Quizá todos los que están fuera, empeñados en vivir en el siglo XXI son los que están descolocados y los que se calzan los zapatos mágicos y bailan swing y jazz y funky son los que realmente están en su sitio. El Junco, lunes de madrugada. Humo y luces bajas. Todo aquí invita a un relato: las caras tristes y las caras alegres. Las copas y las chicas guapas. El hombre que sube a cantar y bailar con zapatillas, haciendo los ruidos con las demás partes del cuerpo.
Valeria y la Chica Portada que suben también, con su coreografía de chicas dispuestas a comerse el mundo. Un poco más tímidas que la última vez, me parece, pero la última vez yo las vi en el segundo turno y ahora las estoy viendo en el primero. Todo el mundo sabe que la timidez en los primeros turnos cuenta mucho y conforme pasan las horas y los rones, empieza a contar bastante menos.
Valeria y la Chica Portada, en cualquier caso, con su "Cantaloop" y el bailarín marcándoles el ritmo y asintiendo como buen profesor y los gritos de admiración de la gente y sus caras de Al Jolson -no sé por qué, me parece que todo el mundo que se pone unos zapatos de claqué acaba poniendo cara de Al Jolson- y los saltos y los relevos y Anne-Claire, con sus 19 años, mirando desde abajo mientras yo saco fotos, muchas fotos a la vez, de manera que a veces salen con los ojos abiertos y a veces con los ojos cerrados, a veces pensando en el salto, a veces saltando, a veces cayendo, y el del violonchelo mira al pianista y sonríe y la cantante vuelve a salir a cantar y el bailarín enamora a las chicas mientras los demás miramos atentos por si sale Rita Hayworth en algún momento.
Por si Rita Hayworth está ahí mirando desde algún lado, perdida entre el público, apoyada en la barra, quizás, bebiendo para olvidar. Tengo la extraña sensación de que cuando uno entra en El Junco de madrugada es que necesita olvidar algo. O solapar recuerdos, simplemente. Un lunes sí, y otro no, en este caso.