El problema no es perder. Menos aún perder en Sevilla, uno de los campos más difíciles de Europa. Ni siquiera es jugar mal, porque ya lo hemos dicho antes, un equipo tan nuevo como el Madrid y con tantas expectativas tiene que tardar un tiempo en encajarlo todo y automatizar movimientos, etcétera.
El verdadero problema es que no haya mejora alguna en el juego y que todo se base en la confianza en el milagro: Casillas y Raúl en los últimos 90, Casillas y Ronaldo en los últimos años de Del Bosque, Casillas y Van Nistelrooy con Capello y Schuster... y ahora Casillas y Cristiano. El mejor portero del mundo y la apelación constante a "la pegada", construida a base de millones y actuaciones individuales.
El Madrid no fue mejor que el Tenerife hace una semana pero ganó 3-0. Fue algo mejor que el Olympique el miércoles y volvió a ganar 3-0. Poco antes había goleado 5-0 al Xerez en un partido en el que, al descanso, el equipo se fue abucheado por su propia afición. Valdano dijo el viernes: "Es cierto que aún nos falta cierta brillantez en el juego". Aquello era un eufemismo, pero, ¿cómo toser a un equipo que lo gana todo, absolutamente todo, y de goleada?
La historia estuvo a punto de repetirse en Sevilla: el Madrid adoptó su papel de equipo pequeño que juega al contraataque y apeló al milagro, es decir, a que el rival lo fallara todo. No hubo medio del campo y no hubo laterales -lo de Marcelo es un chiste. Pepe y Albiol achicaban balones como podían y arriba se confiaba en que Kaká y Benzema pillaran alguna y para adentro. Sólo que Benzema no es un goleador. Benzema es más un Anelka que un Ronaldo. Un excelente jugador pero que se encuentra más cómodo en carrera y creando jugada que finalizándola.
En la primera parte, el Sevilla marcó un gol, perdonó otro cantado, sacó ocho saques de esquina y tuvo el 55% de la posesión del balón. Casillas hizo seis o siete paradas de mayor o menor mérito. Nada más empezar la segunda parte, volvió a salvar a su equipo de manera espectacular con una parada imposible... y al instante el Madrid empató en una jugada a balón parado.
La pegada.
Pero la autosatisfacción en la pegada solo puede llevar al desastre: el Madrid marcó un gol y se salvó de tres, pero no controló el juego, no consiguió demostrar a su rival que era superior y volvió a su papel de equipo pequeño que mata en jugadas aisladas a ver si saca un puntito o una victoria agónica. Algo así como el Almería contra el Barcelona, pero con Kaká en vez de Cuxart. Uno se acostumbra al milagro, año tras año, y no hay ganas de hacer nada más.
Así que el Madrid no hizo nada más, confiado en que el destino dejaría dos paradones de Casillas y un gol en el minuto 85. No le salió bien. El Sevilla siguió atacando y creando peligro. Renato marcó el 2-1 y Kanouté tuvo el 3-1 pero la mandó al poste. En total, los locales llegaron con cierta claridad unas seis veces. Al decir "con claridad" quiero decir "oportunidad manifiesta de gol". Si hubieran quedado 5-1 no hubiera sido ninguna sorpresa.
El Madrid de los 250 millones no puede permitirse jugar con el destino todo el rato y depender de la lesión de un jugador para justificarlo todo. No puede permitirse partidos mediocres ante rivales mediocres y mucho menos partidos mediocres ante grandes equipos, aunque sólo pierda 2-1 y Sergio Ramos pueda empatar en el 92.
Tiene razón Pellegrini cuando evita la comparación con el Barcelona y dice que "lo que gusta en unos lados puede no gustar en otros. Aquí, en cuanto se toca demasiado, la gente pita". Otra cosa es que el Madrid decida dimitir de su obligación de equipo grande, porque si juegas al contraataque y le das la bola al Barcelona, al Manchester, al Chelsea, etc. te van a ganar. Te va a ganar incluso el Sevilla.
Para ganar un triplete hace falta mucho más que repetirlo todo el rato y gastar mucho dinero. Hay que jugar al fútbol. Esa parte aún está por empezar. La casa por el tejado.