viernes, octubre 02, 2009

¿Para qué sirve Madrid 2016?



Para echarse a llorar con cada presentación de tu ciudad de día y de noche, con todas sus ñoñerías y sus inmigrantes y tus vecinos y tus monumentos y tus parques y todos los verbos. Si por algo destacó la presentación de Madrid fue por su presentación del futuro en forma de verbos, porque los verbos del futuro del COI son los verbos de mi presente. Son mi "he sentido", "he conocido", "he amado", "he vivido", "he triunfado"... todo eso aquí y ahora.

Para emocionarse, claro que sí, con España y con Madrid, y perdonen el exceso, pero sí, joder, es mi entorno, es mi vida. ¿Cómo no voy a emocionarme? ¿Cómo voy a pasar por unos niños jugando en el Telefónica Arena o en unas canchas de baloncesto en la calle si esas eran mis canchas de adolescencia y juventud? Uno ve esos vídeos y le acaba gustando hasta Ketama y el flamenco y las sevillanas e incluso Cristiano Ronaldo, si hace falta, y por un momento, sientes que todos estamos en lo mismo y que hasta Esperanza Aguirre sonríe a Zapatero y nos olvidamos de todos los demás. La mayoría.

Para sentirse orgulloso y decir: "Joder, qué bonita es Madrid". Así, con el "joder" delante como los malos actores y los malos guionistas, porque uno se acostumbra con los años a leer lo bonita que es Barcelona -a escribir lo bonita que es Barcelona, porque Barcelona es preciosa- a leer lo maravillosa que es Nueva York, París, Londres... y cuando piensan en Madrid dicen "sí, bueno... canalla", o algo parecido. O eso o la habitual ristra de insultos políticos, justamente aquí, que sabemos de primera mano lo que es morir defendiendo ideales. Una ciudad mil veces bombardeada bajo cualquier excusa. Pues no, Madrid, además es bonita. Y Madrid es cosmopolita. Y Madrid se hunde en obras y lucha por ponerse guapa sin anunciarlo.

Para ver que tenemos un rey que parece un borracho de parada de autobuses, y un país así es un país maravilloso: con su barba, su pinta de dormido, una leve hinchazón en la cara, morena hasta el punto rojo, y su discurso a menudo inconexo.

Y para soñar, claro. Una hora y media, por lo menos. Y luego despertarse. O no.