martes, octubre 06, 2009
Enganchado a "El aprendiz"
Por supuesto, no es la primera vez. Yo soy hijo de mi tiempo, y eso quiere decir hijo de "Gran Hermano" I y II (en menor medida el III), hijo de "Supervivientes" en los tiempos de Iturriaga, incluso hijo de "El bus", que no era mala idea pero llegó en pésimo momento y con una selección de concursantes espantosa y, sobre todo, hijo de "Confianza ciega", aquel programazo, "jo, tía, los hemos perdido", que veía todos los domingos por la noche mientras llamaba a Lucía y comentábamos.
Fue la época de "OT", también. Vi OT1, sólo, como la gran mayoría. No sólo lo veía, vaya, tomaba partido y comentaba por Messenger con los amigos -generalmente, las amigas-. Escuchábamos, valuábamos y discutíamos por Internet en tiempo real, sin necesidad de gastarse dinero en llamadas. Si se fijan todo esto acaba en 2002 aproximadamente y desde entonces ha habido un enorme hueco en mi vida.
Hasta que llegó "El aprendiz", claro. Es un programa ambicioso, quizás demasiado. Pretender que las historias de estos 16 ejecutivos agresivos nos van a interesar durante 13 semanas quizás sea un poco excesivo. Viendo los datos de ayer -un 5,2% de audiencia en Prime Time, ligeramente por debajo de la media de una cadena que no acaba de despegar cuatro años después-, todo invita a pensar que, al tercer programa, cambiarán de horario, lo pasarán a la madrugada, o acabarán colgando los capítulos restantes en Internet y punto...
Esperemos que no. Escribo esto para concienciarles de que no. Es un muy buen programa sobre la capacidad de la gente para hacer equipo en situaciones que van más allá de bañarse en una piscina y sobarse bajo un edredón. Tienen que trabajar juntos para conseguir una tarea común aunque en el fondo son rivales. Mejor aún: la decisión de expulsarles o no no depende de su popularidad entre los compañeros o entre el público. No hay mensajes al 6666 para echar a Benjamín, sino que es Lluis Bassat, el "jefazo", el que les obliga a marcharse.
Las historias suelen estar bien guionizadas. Hasta ahora, todo el conflicto ha estado del lado de los chicos. Es normal. Los chicos tenemos un pésimo sentido de la eficacia. Es decir, nos pierden las palabras. Mucha seguridad, mucho gesto serio, mucha orden... y poco resultado. De repente, resulta que uno ha hecho mal las cuentas, todo se va a la mierda y nadie se preocupa en comprobarlo. Las chicas, algo perdidas, sin tanta parafernalia alrededor, con un punto de modesta torpeza, al final consiguen sacar las pruebas adelante a base de instinto. Dos de dos.
Ahora bien, el gran protagonista es Bassat. Mucha gente se pregunta por qué Bassat se ha metido en algo así, con todos sus millones de euros y su prestigio publicitario. La respuesta que me viene a la cabeza es sencilla: a Bassat le gusta que hablen de él. No es un publicitario al uso, a la sombra. No. Es un hombre que se ha presentado dos veces a la presidencia del Barcelona, probablemente el cargo más importante de Cataluña. Perdió las dos. Ahora se redime con un personaje soberbio, que dice las palabras justas, que se muestra como un equilibrado jefe zen con experiencia y determinación pero una enorme mano izquierda.
Un maestro.
Cuando acaba un capítulo de "El Aprendiz", ¿qué pensamos? Joder, qué idiotas son todos y qué bueno es Bassat. Eso pensamos. Y a Bassat le encanta, claro. ¿Se atreverá su amigo Roures a cambiarle el programa a la madrugada de los domingos? Esperemos que no. De momento, yo ya me he enganchado y llevo fatal los síndromes de abstinencia.