domingo, octubre 11, 2009

Música para camaleones



No es lo mismo, claro que no. Escuchar "La Muchachita" con 32 años, camino de Olavide y su decadencia y recordar cuándo la escuché por última vez. ¿Cuántos años tenía? ¿17?, ¿18? Kiko Veneno publicó "Échate un cantecito" y yo, como buen adolescente, quise ponerme al día todo de una vez, a lo bestia, a lo grandes éxitos.

"La Muchachita". Canción aragonesa antinacionalista. ¿Saben la diferencia? Entonces, todas las canciones iban dedicadas a nosotras. Todas las canciones eran nuestras porque todas hablaban de la belleza explosiva de la juventud, de la pasión, de los juegos, de la adrenalina, de la líbido. La muchachita era mi muchachita de Pavones, claro que sí, con sus pantalones ajustados y su cintura de Praxíteles -cintura de anuncio colgado en una valla publicitaria enorme de El Corte Inglés de Goya, justo antes de los partidos del Estudiantes-.

Ah, mi muchachita. Y si no era esa, sería otra. Los desamores eran los míos, los chicos atrevidos y alegres eran los que yo sería, los melancólicos, los que de hecho era. Y las chicas tenían 17 años. Todas. Eran nuestras chicas, nuestras muchachas. Fuera se pierde el sentido. Fuera de esa edad, me refiero. A los 32, uno pasea por las mismas calles -porque no es un tópico, la muchachita y yo también andábamos por Luchana y cruzábamos delante del Café Comercial- y se queda con los solos de guitarra española con punto aflamencado.

Las cosas que le tranquilizan, no las que le excitan.

Lo bueno que tenía Kiko Veneno era esa sonrisa de adolescente. De ser uno de los nuestros. Un cómplice. Yo sé lo que os gusta: os gustan los olores y las braguitas marcadas y perseguiríais ese culo tras cualquier escaparate. Eso era entonces. ¿Ahora? Ahora los solos de guitarra y un cierto sentido de clandestinidad ante el pop. La música, poco a poco, les va cantando a los otros. A mí, a los treintañeros en adelante, nos cantan unos pocos todavía, pero nos cantan unas cosas muy serias. Nuestras cosas de ahora.

Por supuesto, nosotros luchamos contra eso y hacemos bien, pero al fin y al cabo, ¿qué queda? Funcionariados, subsidios de desempleo, bodas y bautizos. ¿Dónde entra Kiko Veneno en todo eso? O, por decirlo de otra manera, ¿cómo podemos hacernos siquiera la ilusión de pertenecer a eso sin sentirnos como Gustav Von Aschenbach en Venecia?

En lo que nos hemos convertido, en Gustav Von Aschenbach.