La Chica Portada me manda un mensaje justo antes de entrar en clase que se limita a decir "Renzo Stavrica???" y a mí el nombre me suena de algo y sé que lo he citado en algún momento pero no sé en cuál y por alguna rara asociación de ideas decido que es un entrenador de baloncesto y así se lo escribo, de vuelta, aunque con un tono desconfiado: "Es un entrenador de baloncesto, ¿por qué?" y ella, al rato, vuelve a contestar: "No sé, lo utilizas como seudónimo en uno de tus relatos".
Aquí vendría una larga historia sobre por qué la Chica Portada conoce mis seudónimos en los concursos literarios pero nos la vamos a ahorrar y nos vamos a quedar con el nombre: "Renzo Stavrica". No, no es un entrenador de baloncesto. Neven Spahija es un entrenador de baloncesto, pero ¿Renzo Stavrica? Tiene que ser algún personaje de algún libro, pero no recuerdo cuál. Normalmente, mis seudónimos son personajes de libros que me han marcado o simplemente que acabo de leer. Nunca deportistas.
También podría ser el protagonista de una película, aunque a mí, generalmente, los protagonistas me gustan poco o, más bien, me reconozco poco en los protagonistas, y mucho más en los sutiles secundarios así que si tuviera que esconderme bajo un nombre, sería el de un secundario, quizás un secundario de Bolaño, pero "Renzo Stavrica", esa combinación de nombre italiano y apellido balcánico no es habitual en la obra de Bolaño y eso nos deja con menos opciones y cuando salgo de clase, aún mosqueado, en ese intervalo que les contaba ayer entre que un autobús nos deja tirados en medio de la carretera de Rivas a Conde de Casal y otro nos recoge y nos lleva a casa, llamo a mi madre y le pido que meta en Google el nombre, pero el nombre, dice mi madre, no lleva a ningún lado. No hay resultados.
Por supuesto, pienso que mi madre es una torpe. Todo el mundo piensa que su madre o su padre son unos torpes que no tienen ni idea de informática aunque su madre hubiera creado Linux y su padre fuera el hombre que lleva años trabajando en la aplicación "No me gusta" de Facebook. Quiero decir, no es nada personal, pero tengo que asegurarme, entiéndanlo. Estoy seguro de que Renzo Stavrica existe, porque yo no he podido crear a Renzo Stavrica, no tiene ningún sentido. Por supuesto, en mis relatos no salen militares serbo-croatas (Renzo, estoy convencido, tiene que ser un militar), solo salen treintañeros por Madrid cogiendo y soltando manos de veinteañeras aparentemente duras pero llenas de fragilidad para desesperación de los amigos de Matías Candeira.
Algún día yo querría escribir como Rodrigo Fresán, pero no lo conseguiré nunca y mi única opción será matarme o matarle a él cuando le entreviste.
No viene al caso, disculpen. Asocié Candeira con Fresán -y a Candeira, ahora que lo pienso, lo tengo más a mano, se emborracha en los mismos bares que yo y probablemente tenga semejantes planes homicidas con cualquier otro autor de moderado éxito- y me lié: Stavrica. Renzo Stavrica. Lo meto yo en Google y el resultado es desolador. Prueben ustedes. ¿Lo ven? Desolador. Renzo Stavrica no existe. He elegido como seudónimo un personaje que aún no existe.
Sin embargo, no me veo capaz. No me pregunten por qué, será por mi necesidad de aferrarme a la realidad como a las manos de las post-adolescentes, pero no me veo capaz. Así que Renzo Stavrica tiene que existir, en algún lado, y alguno de ustedes ha tenido que leer su deserción del ejército imperial durante la I Guerra Mundial o su enfrentamiento con los nazis -un enfrentamiento no del todo sincero, Stavrica siempre se sintió más croata que serbio- durante el repliegue de 1944.
Así que si estás ahí, Renzo, por favor, manifiéstate.
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
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