A las 7,15, Malasaña descansa como un campo de batalla humeante del siglo XIX visto en mil películas de los 60 y 70. Unos borrachos amagan con pegarse en el Metro, alguna chica camina con los tacones en la mano y el taxista tiene cara de cansado, cara de "este y me voy a casa a dormir" y como "este" va a Chamartín, una carrera relativamente larga y con suplemento, pues saca fuerzas de flaqueza y sale disparado derrapando en las curvas, como buen taxista madrileño.
A las 9,30, uno se sorprende de estar en Valladolid. En solo una hora y media, está en Valladolid. Es más, en tres horas está en Vitoria. Luego, el torpor incomprensible y los 50 kilómetros por hora. Yo no entiendo mucho de política, pero entiendo algo de velocidad, angustia y ansiedad, y no parece que tenga ningún sentido tardar lo mismo en hacer 350 kilómetros que en hacer poco más de 150. Y que además la gente proteste porque eso siga siendo así. "Proteste", obviamente, es un eufemismo.
A las 13, 30 vuelvo a los diez años y el patio del colegio, me sumerjo en una piscina de monedas de oro, veo los ojos de una rata -a mí me parece una rata- en el piso de abajo, puedo reconstruir cada detalle de una casa que no he visto en quince años, recuerdo el embarazo de mi madre y mi propio parto, hablo como un niño pequeño, con la entonación de un niño pequeño, y entro en mi cuerpo para despejar estenosis y echar a gente de mi hígado para que se relaje un poco.
A las 16,15, el Kursaal, a lo lejos, no tiene ningún motivo de ningún Festival y casi todas las tabernas están cerradas.
A las 19,00 estoy harto del niño de al lado. Harto del miedo a que se haga daño mientras gatea. Harto de sentirme responsable de que sus padres dejen a un niño de poco más de un año gatear por el pasillo de un tren por mucho que ese tren vaya a 50 por hora, así que me voy a la cafetería, tomo un Kit Kat y una botella de agua, hojeo una entrevista con Amenábar y veo una foto de grupo en "El País". Una foto ridícula, lo siento. Ese rollo de "Yo leo El País y estoy orgulloso", tan cómico visto desde fuera. Desde fuera de la foto y desde fuera de El País.
A las 21,10, el móvil se queda sin batería.
A las 22,25, el Valencia achucha al Barcelona y yo como un número tres en el "De Cine", solo el libro de Bolaño y el de Fresán como compañía -la gente de seguridad de la estación me miraba con cierta extrañeza-. Lo bueno de estar loco es que al menos uno tiene mucho tiempo para leer y yo he hecho un arte si no de la locura, sí de cierta forma de extravagancia. Una mezcla semanal de regresión, acupuntura y shiatsu.
A las 00,35 la casa de Álida está llena de chicas guapas y eso es una excelente noticia. Ponen nuestro vídeo. El vídeo en el que yo aparezco maquillado y con una peluca y vestidos de mujer imitando a Joaquín Reyes imitando a la chica del cumpleaños. Creo que es lo más bonito que he hecho nunca por nadie, pero no lo digo. Creo que es, también, una locura, y, si no una locura, al menos, insisto, una extravagancia.
Pero así soy yo, haciendo Historia.
A las 03, 10 quedan menos chicas, pero todas siguen siendo guapas. Messi se queda en mano a mano hasta que "Tiburón" Puyol entra al cruce y evita el gol, todo el indie español e internacional suena por la calle Segovia a un volumen improbable. A veces, me mareo, de puro cansancio. La gente pregunta por todo y yo contesto la verdad, pero la verdad provoca unas miradas raras. Lógicamente, a mí me encantan las miradas raras, si no, ¿a qué este post? Me siento en el sofá y a veces me tumbo igual que a veces me siento en la cama y a veces me tumbo y suena una guitarra y hace frío, mucho frío aunque tenga un jersey de lana puesto y cuando veo una luz verde, la cojo, y a casa. A las 05,25 o algo así, sinceramente, no lo recuerdo con exactitud.