Lo de que la Historia se repite es una verdad como un templo. Es un cliché, pero verdad. Y lo que también es verdad es que cada uno, cuando le toca, piensa que va a ser la excepción. Con los ciclos pasa como con la muerte: es algo que siempre le pasa a los demás.
Por ejemplo, cuando este verano mucha gente decía que el Barcelona necesitaba cambiar cosas: la actitud de los jugadores, la disciplina, la megalomanía... y sin embargo no se hizo nada. El Barça se ha convertido en un club antipático. Se ha convertido en el Madrid de Florentino Pérez, y la culpa la tiene sobre todo su presidente, Joan Laporta, un tipo que llegó al poder proponiendo precisamente todo lo contrario: pasar desapercibido.
La huella de Laporta en el Barcelona durará años. Igual que la de Pérez en el Madrid. Fueron grandes presidentes en sus primeras temporadas. Los dos ganaron ligas y Copas de Europa. Los dos renovaron económicamente a sus clubes, apostaron por un fútbol atractivo y ficharon a algunos de los mejores jugadores del mundo.
Sin embargo, el triunfo les cegó. A Laporta le enloqueció por completo. En los últimos años ha combinado su puesto de presidente de un club de fútbol con una especie de mesianismo político difícil de entender en un equipo que tiene millones de seguidores fuera de Cataluña. Hizo del populismo uno de sus activos, contrató y renovó a jugadores con mucho nombre pero que ya no tenían lugar en el equipo. No eran lo que necesitaba.
El Barcelona dejó escapar una liga que era suya el año pasado. La dejó escapar por falta de ganas, que es lo más lamentable. Y creyó que las ganas se podían recuperar a base de más dinero y más fichajes. No parece sensato. Las ganas están o no están, y en el Barcelona parece que hace mucho que nadie se divierte jugando al fútbol. Su defensa es lamentable. Tan lamentable que ha deshecho por completo el sentido del juego. Nadie se fía de los de atrás, el que menos Rijkaard, y eso ha convertido, paradójicamente, al Barcelona, en un equipo defensivo, plano en ataque, que no arriesga por miedo a...
El Barcelona, de repente, se mira las manos y los pies. Ya no juega de memoria. Ya no está Ronaldinho. Messi y Eto´o son dos grandes jugadores con una tendencia a las lesiones preocupante... y sin sustitutos de nivel. Uno no puede ganar la Copa de Europa con Bojan y Giovani, ahora mismo. Bojan es un jugador muy bueno, pero tiene 17 años. Pedirle que sea el salvador del equipo es ridículo.
La baja más importante del Barcelona en los últimos años ha sido la de Henrik Larsson, sin lugar a dudas. Dejar escapar a Giuly tampoco ha ayudado nada. Ya no hay extremos ni nada que se le parezca.
Con todo, la pregunta ahora es por dónde quiere tirar el club. Se habla de echar a Rijkaard. Es cierto que el perfil bajo del holandés no ayuda a su publicidad. Sin saber demasiado del asunto, uno puede pensar que los jugadores le han tomado la matrícula. Pero, ¿hay un entrenador mejor que Rijkaard? o poniéndolo de otra manera, ¿hay un entrenador cuyo sistema de juego se adapte mejor a las necesidades del aficionado del Barcelona? El Nou Camp no aguantaría a un Capello, a un Mourinho, a un Benítez... ¿A quién traes? ¿A una copia del original?
Quizás sea momento de cambiar de jugadores, sin más. Traer jugadores con hambre, que quieran ganar títulos como sea, que no se miren los pies sino sólo la portería, que tengan instinto asesino... En el Barça hay una base muy buena sobre la que construir: Iniesta, Messi y Eto´o tienen que ser las estrellas del equipo, Xavi tiene su sitio, igual que Bojan.
Seguro que hay un central mejor que Puyol, un portero mejor que Valdés, laterales mejores que Abidal, Zambrotta u Oleguer, pivotes mejores que Yaya Touré y suplentes mejores que Gudjohnssen o Ezquerro. Es cuestión de buscarlos. Pero pensar en una revolución, en sentido estricto, es decir, desmantelar la concepción de juego que ha hecho del Barcelona el equipo que mejor juega en Europa durante tres años y medio, sería un desastre. Un paso atrás imperdonable.
Con Rijkaard o sin Rijkaard, pero "a la Rijkaard", por favor.