Brevemente. Desde la sala de ordenadores de un hotel maravilloso cuyo único defecto es precisamente tener una tarifa de acceso a Internet desorbitada. Buen vuelo, con grupo del Imserso reteniéndonos en la cola de facturación para desesperación propia y ajena. Una isla impresionante, Fuerteventura. De Puerto del Rosario a Corralejo. A la derecha, el mar. A la izquierda, las dunas.
Urbanizaciones fantasma que invitan a relatos.
Habitación enorme, con terraza. Recuerdos de cuando era un niño en Lanzarote. Vida en bañador y camiseta. Calor. Sol. Crema protectora. Una hamburguesa sin pan en un restaurante lleno de extranjeros. Piscina. Playa, no. Siesta. En breve, cena y marcha a la muestra de cortos de Kimuak.
Una especie de vuelta a la infancia. Aquí, no hay responsabilidades. Aquí, los apartamentos cuestan 100.000 euros. Aquí, todo parece que está hecho para otra persona y nadie espera nada de ti.
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