Como, según Víctor Alfaro, soy un icono de la noche madrileña, tengo que asumir determinadas responsabilidades. Por ejemplo, según lo que viví ayer, tengo una cosa clara y creo que debo transmitírsela: si Putin quería acabar con Litvinenko envenándolo no hacía falta tanto polonio y tanta historia. Bastaba con invitarle a dos whiskys en el Supersonic, aunque por otro lado es probable que el ex-espía se hubiera dado cuenta del propósito al segundo sorbo.
El Supersonic es un bar que está en la calle Meléndez Valdés con Blasco de Garay. Madrid. Barrio de Argüelles. Un bar donde te pueden pasar estas cosas seguidas:
A) Que te cobren siete euros por la copa.
B) Que la gente, en vez de apartarse cuando te ve con el vaso en la mano, se empeñe en cerrarse y golpearte y poner cara de malotes.
C) Que la copa que te han servido sea totalmente imbebible. Ni siquiera por que esté demasiado cargada sino porque eso no parecía garrafón, parecía gasolina. En mi vida me había pasado algo así.
D) Que después de dar la copa por imposible al tercer sorbo de pajita y dejarla sobre un apoyadero, un tío venga y te la robe.
Que no digo yo que ese sitio sea así todos los días, pero que así lo fue ayer, y, bueno, ya que me gasté 7 euros en que me envenenaran, por lo menos permítanme que lo denuncie aquí, a ver si alguien lo lee y hacen algunos cambios.
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
Enumeró, en contra de su costumbre, lo que hasta ese momento había
declarado el señor Víctor de Aldama ante el juez. Por ejemplo los p...
Hace 11 horas