De las cosas que llevo aprendidas en el taller de Lara y Rebeca la más importante llegó por casualidad, como suele suceder. En medio de una conversación, un chico se limitó a decir: "Nada ahuyenta más a otra persona que parecer desesperado. Si pareces desesperado no tienes nada que hacer". Me pregunto cuántas veces al día yo parezco desesperado y con motivo de qué: CV que se envían con urgencia, relatos escritos y re-escritos de manera compulsiva, momentos empaquetados con carteles de oferta.
La propia inocencia de pensar que la desesperación se cura con ansiolíticos.
Estamos en la segunda sesión y mi relato se llama "Fraude", aunque no es exactamente lo que quería escribir y quizás no sea siquiera lo que finalmente entregue. Releyendo a mis compañeros, una cosa ha quedado clara: mucho mejor leer que escribir. Escribir me parece ya algo casi superfluo.
Supongo que somos una especie de grupo intermedio: treintañeros luchando por algo que no se sabe qué es. Tipos que controlan el Sujeto, Verbo, Predicado y saben colocar las comas. Algunas ideas geniales y mucho lirismo. Alguno de nosotros llegará y creo que ninguno piensa que será él. Eso es lo que nos hace encantadores.
Es decir, lo que nos aleja de la realidad.
Antes de comprar el billete que me llevará a Barcelona el 23 y me traerá de vuelta el 29, estuve pensando en una frase para una canción: "Eres tan innecesaria como la realidad. Eres la realidad". Pero nunca sé continuar mis propias estrofas y eso me frustra y me enfada. Me desespera, en una palabra. Y se tiene que notar, claro.
La fiesta del aguafiestas
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[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:05]
Buenas noches. Mi aguafiestismo profesional me obliga hoy a la tarea,
ciertamente desagradable, de arremete...
Hace 2 horas