De entrada, hay algo que me molesta de los alfiles y su precisión de francotirador. Es su racionalidad, su camino recto, su velocidad, la amenaza constante de su presencia. Su empeño en controlar diagonales como si fueran pasos de frontera.
Cuando jugaba con mi padre, de pequeño, me quedaba con los caballos. Me resultaban más astutos. No es que me resultara fácil aprender a moverlos, no creo que sea fácil para nadie aprender a mover algo en L. ¿Qué se mueve en L en la vida real? Absolutamente nada. El caballo te obliga a pensar, tanto para atacar como para defenderte. El caballo te sorprende, tiene un montón de cartas bajo la herradura, puede acabar con cualquiera como si fuera un espía, pasando desapercibido, filtrándose poco a poco hasta llegar al final de su letra. Touché. Un caballo caballero.
Sin embargo, el alfil, nada. Paf. Todo recto, hasta la cocina. Aquí estoy yo. Ordeno y mando. Un tipo aburrido, el alfil, si se piensa. Tremendamente eficaz, dicen. Puede ser, nunca fui un ganador ni puse el más mínimo interés en serlo.
La fiesta del aguafiestas
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[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:05]
Buenas noches. Mi aguafiestismo profesional me obliga hoy a la tarea,
ciertamente desagradable, de arremete...
Hace 2 horas