jueves, noviembre 08, 2007

El talento se abre camino


Últimamente, fruto de mis dos semanas de gloria que empezarán el lunes 12 de noviembre, contesto algunas entrevistas que hablan de la imposibilidad de la publicación. Eso me permite salir con respuestas esperanzadas como "El talento se abre camino", cosa de la que estoy convencido y sólo el desencanto y la edad podrán convencerme de lo contrario.

Se puede. Hay que valer y tener valor -que no es lo mismo- pero se puede.

Especialmente en la calle Espíritu Santo, cuesta abajo hacia San Bernardo, escaleras que se pierden en un infierno tibio de mesas, sillas y sonrisas. Somos como niños pequeños con nuestras hojitas, nuestras fotocopias, nuestros deberes bien hechos, pasando uno a uno por la pizarra para soltar nuestra frase.

Bebemos y nos miramos. Escuchamos.

Se pueden tener todos los prejuicios del mundo en torno a los talleres literarios. En torno a los escritores, incluso. Nada detesto más que un bohemio maldito, pero, ay, nosotros casi no somos ni bohemios y desde luego de malditos, nada. La vida nos ha tratado bien y no le pedimos imposibles. Simplemente, elegimos una realidad -Lara y Rebeca la eligen- y la deformamos a nuestro gusto. Creamos universos y nos regalamos entradas.

La cara de atrás queda firmada.

Cuando todo ha acabado, empieza otra cosa. Igual que después del partido empiezan las cañas, después del taller empiezan las tostas y los vinos. Todavía no nos conocemos, pero sabemos que vamos a conocernos, que vamos a hacer todo lo posible. Quizás entonces sea peor, eso ahora no lo sabemos. No queremos saberlo.

Queremos seguir jugando un rato más, volver a llegar sudorosos al pupitre y levantar la mano de vez en cuando: "Voy a subir a por una copa". Eso es todo. Cuando llegamos a casa, mamá no entiende que no queramos vacaciones.