La difícil convivencia del nacionalismo y la democracia. Una cuestión de conceptos, como queda claro al oír (leer) al secretario general de Unió Democrática de Catalunya, Josep María Pellegrí: "No tiene sentido que personas que no hablan nuestra lengua, que no conocen nuestra cultura ni nuestra identidad puedan votar en las elecciones de Cataluña".
Si se entienden bien, en toda su amplitud, las palabras de Pellegrí, lo que viene a decir es que aquellos que no sean nacionalistas, que no sientan a Cataluña como su nación, con todos los elementos que los nacionalistas han adornado el concepto, no tienen derecho a votar, pero él negaría una interpretación así, y es que, a lo que se ve, sus palabras se refieren a un hecho muy concreto y de "actualidad", esto es, la discusión sobre si los inmigrantes legalizados pueden votar o no en las elecciones.
En un análisis muy somero, podemos decir que la reivindicación tiene cierto sentido. El derecho al voto es una piedra angular del concepto de ciudadanía. El concepto de ciudadanía a su vez es la base de cualquier democracia. El voto no depende de la pertenencia o no a una comunidad nacional -como pretende el señor Pellegrí- sino del empadronamiento, así de sencillo.
Aquellas personas que deciden convivir en un determinado entramado social cumpliendo una serie de leyes y obligaciones que afectan a todas por igual, independientemente de su raza, religión o lugar de nacimiento pueden considerarse ciudadanos. Todo ciudadano debería tener derecho a votar. La negación de ese derecho en nombre de la cultura (acepción pangermánica, en este caso) no es sólo una trama electoralista: revela lo que es en esencia todo nacionalismo. Es decir, una negación.
La fiesta del aguafiestas
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[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:05]
Buenas noches. Mi aguafiestismo profesional me obliga hoy a la tarea,
ciertamente desagradable, de arremete...
Hace 7 horas