sábado, agosto 12, 2006

Joaquín Sabina (y otros) en Santander

Me gustaría pensar que me fijo en detalles en los que no se fija nadie más, como si eso me convirtiera en alguien especial, aunque para el resto resulte simplemente “raro”. Me gusta mirar al público desde mi rincón del escenario e intentar encontrar parejas, borrachos, tensiones, caras conocidas...

Mi vida –o mi visión de la vida- está llena de instantes que tienen sentido por sí mismos pero que son difíciles de engarzar en una historia completa, de ahí mis frecuentes frustraciones como escritor, de ahí mi incapacidad para la novela.

Por ejemplo, tres guardias de seguridad amenazando a una pareja de la primera fila en La Magdalena mientras los amenazados corean “Mucha, mucha policía”. La total indiferencia de todos los que están al lado, como contrapunto al gesto desencajado del amenazante; ellos, siguiendo con sus saltos, sus sonrisas y sus banderas argentinas. Por ejemplo, una chica que intenta salir como puede entre centenares de personas y el chico que la acompaña va detrás, queriendo excusarse, la cabeza hacia abajo.

Cuando el espectador conoce ya un espectáculo –dos horas y cuarto, no todo el mundo ofrece tanto- prefiere poner sus ojos en otros lados –a menudo, los demás espectadores- o se empeña en distinguir detalles a partir de los cuales pueden salir excelentes relatos o no, o al menos eso le explico a Dani Flaco muchas horas después, sin que parezca poder entenderlo del todo, porque nuestras fascinaciones son radicalmente distintas y eso nos hace tan compatibles.

Aunque antes, bastante antes: un Cercanías que parece no querer llegar nunca a Atocha, una crisis de ansiedad, una furgoneta llena de talento y conversaciones, un conductor entrañable que resulta ser el road-manager de Bebe –el mundo es un lugar pequeñísimo-, un viaje eterno, una comida impagable, un paseo desde el hotel a casa de mi padre, otro paseo a la bodega La Pirula, en plena Peña Herbosa, un taxi hasta el recinto de La Magdalena.

Creo que lo he dicho aquí mismo, pero fue hace mucho tiempo, así que lo recordaré: por cuestiones que nada tienen que ver con la sangre, yo soy medio santanderino. He estado viendo conciertos en la Plaza de toros desde que tenía diez años. Ya entonces, me fijaba en las caras de los policías cuando llegaba “Pacto entre caballeros” y sonreía.

Con todo, este año es diferente porque el escenario no tiene nada que ver. La luna está llena y naranja y queda justo a la altura de los micrófonos y conforme oscurece el mar se va convirtiendo en un abismo negro en el que aparecen y desaparecen luces de manera aleatoria.

Hace mucho frío. Soy muy bueno resfriándome, además.

Cristina, y sin Cristina,¿qué sería de nosotros? , ¿qué sería de ellos, sobre todo? Abrir la puerta a Dani y a Ester y a mi padre y charlar con Quique González –uno de esos nombres ubicuos, pero, a la vez, lleno de humildad- en el camerino. Dani y yo haciendo equipo, como siempre, y sacando fotos y Pancho se tiene que ir pero antes nos abrazamos y decimos “Hemos hecho un buen trabajo, ¿no?”.

Sí, y no era fácil. Los dos sabemos por qué.

Joaquín abunda en lo que todos sabemos del libro: está muy bien editado y tiene unas fotos preciosas. De momento los elogios me esquivan como balas silbantes y dan de lleno a los otros dos grandes artífices: FD Simón y Enrique Redel.

Un coche que va de madrugada a la Plaza de Cañadío, un bar en el que hay mucha más gente fuera que dentro, como en los viejos tiempos, un dueño que sigue sonriendo pero que habla mucho menos. En el camino, alguien ha perdido algo, pero creo que no he sido yo. Dani me regala metáforas pero, sobre todo, me regala complicidad. Juega a entrevistarme. Es un juego divertido: soy mucho mejor entrevistado que entrevistador. Nunca serví para periodista.

Ester, que va a pedir otra ronda pero es tarde. Al día siguiente, a las 9 empiezo nueve horas de viaje a Barcelona, hoy han sido seis y media hasta llegar aquí, una ciudad preciosa a pesar de estar llena de gente. Ellos van a pedir un taxi, yo me pongo a andar hasta la calle Magallanes. Algunos grupos, por la acera, cantan las canciones que yo no he escuchado.

Satisfecho, en cualquier caso. Sé que he hecho todo lo posible por que los demás las escucharan a gusto.

Y muchas gracias, claro.