Uno de los pilares sobre los que se asienta el totalitarismo en cualquiera de sus formas es el dominio del lenguaje. Eso lo vio muy claro George Orwell en los años 30 y 40, pero el mérito de Orwell no residía en una especial perspicacia para adelantarse a los hechos -su capacidad de asombro ante determinadas cosas, reflejadas en "Homenaje a Cataluña", resulta de una inocencia desoladora- sino de ser capaz, pese a ese estupor, de dejar constancia para la historia.
El lenguaje es la mejor arma contra el enemigo. Un enemigo sin conceptos es un enemigo tremendamente debilitado, desde luego. Un enemigo incomunicado. La propaganda ahorra un buen número de policías.
Por ejemplo, las primeras palabras de Fidel Castro tras su operación, recogidas en exclusiva por el periódico "Juventud Rebelde". El hecho de que un dictador de 80 años elija dicho medio para anunciar muchos más años de dictadura es un buen indicador de la rebeldía que inspira a los jóvenes redactores de la revista.
Si los jóvenes rebeldes en Cuba son los que apoyan al Estado, a sus poderes, a su política, a sus instituciones, a sus paranoias, a su Ejército, sus espías, sus confidentes, sus represores... ¿qué nombre queda para los que se rebelan contra todo ello? Ninguno. En eso consiste. Su única alternativa lógica -en términos de filosofía del lenguaje- es no existir.
El dominio de los medios de producción, decían. Pero sabían que con eso no bastaba. Neolengua. Doblepensar. Y un largo etcétera...
La fiesta del aguafiestas
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[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:05]
Buenas noches. Mi aguafiestismo profesional me obliga hoy a la tarea,
ciertamente desagradable, de arremete...
Hace 7 horas