jueves, febrero 16, 2012

Incierta memoria



En una entrevista maravillosa, impropia de alguien que no ha cumplido los 30 años -ni siquiera los 29-, Pablo Ager afirma: "(Los títulos de mis discos)no son casuales. “Durmiendo en azoteas” viene por una de las primeras anécdotas que viví cuándo empecé a tocar por locales. “Incierta memoria” refleja una época en la que las cosas que recordaba no sabían a ciencia cierta si habían ocurrido".


Creo que entiendo perfectamente lo que quiero decir y con eso no me refiero a que sepa a lo que se refiere en concreto, que probablemente también, sino a esa incapacidad de mirar atrás y conseguir un relato coherente de uno mismo. Ya saben de mi tendencia a la melancolía y al recuerdo. Realmente, cuando soy feliz, no se me ocurre nada mejor que hacer.

Suelo dividir mi vida por etapas. La última división, una convención como otra cualquiera, llega en primavera de 2009. Los tiempos de antes de la primavera de 2009 y los de después. Quizás el anterior hito haya que fecharlo en 2005. Incluso cuando me refiero a hechos tan cercanos en el tiempo me cuesta ver un hilo de continuidad. Eso lo definía Hume al contemplar la conciencia como "un haz de percepciones" sin una verdadera narración detrás y, de una manera menos pedante, Lichis, en aquella maravillosa canción que repetía: "No sé quién soy, no sé quién fui, a veces pienso en los lugares donde dices que estuve, ¿llegamos alto?, ¿con las estrellas?, ¿me confundí entre ellas?"

A veces pienso que sí, que me confundí entre ellas. De entrada me confundí entre Lichis y las adolescentes que buscaban teléfonos de Fito Cabrales. Lo que me cuesta es reconocerme a mí mismo y esto no lo digo como algo bueno ni malo sino desde una especie de estupor, el mismo que me invade cuando subo las escaleras del primer al segundo piso después de la última clase del día y no consigo recordar si ya he hablado con mi madre ese día o aún no o cuánto tiempo hace.

El chico que no deja registro.

Todo esto antes se llamaba "la estúpida narrativa Guille Ortiz" pero ahora que las cosas son bonitas, ahora que las cosas son fáciles y que casi todo está en su sitio, no sé cómo se llama y desde luego no sé qué sentido tiene decir que es estúpido. Supongo que de alguna manera yo soy  mi memoria y ha llegado un momento en el que el disco duro se ha saturado, es razonable. Recuerdo nombres, olores, momentos... pero no recuerdo mis sensaciones, no me recuerdo a mí en ese momento, no sé si me explico.

En general, siempre he pensado que tardo cuatro años en darme cuenta de las cosas. Una olimpiada. Tiene sentido. Ayer leía una entrevista en JotDown y mi cabeza se iba a 1995. Estas cosas suceden todo el rato y piensas que no es posible, que sencillamente no es posible haber sido un Zelig moderado, de serie B, un hombre de canción de los Killers arrastrando todas las cosas que ha hecho. Una vez escribí un post reivindicativo. Lógicamente fue hace cuatro años. Aquel yo de ese "Yo" ya era para mí inverosímil y quedaba todo lo que está pasando ahora, así que imaginen.

Imaginen ustedes, digo, porque yo, como Pablo, no tengo nada claro que todo eso haya sucedido de verdad y mucho menos que lo de ahora esté sucediendo. Ni siquiera entro en el tema de que me lo merezca o no sino a la misma consistencia del presente. Supongo que la madurez es algo parecido a esto, es decir, es algo parecido al estupor y al tomarse a uno cada vez menos en serio. Nada es crucial. Quiero verte porque quiero verte. Un hombre que no se recuerda a sí mismo es un hombre que ha dejado de intentar pasar a la Historia. O, peor aún, que ni siquiera sabe si ha pasado a la Historia ya y el muy idiota sigue dando vueltas como las ruedas boca arriba de un coche estrellado.

Y con esta imagen, que no es mía, sino de Bono, les dejo hasta mañana.