El reciente sondeo de El Mundo por el que PNV y Bildu conseguirían el 61% de los votos y una mayoría absoluta más que holgada en las próximas elecciones vascas ha provocado una gran alerta y la consiguiente precipitación en el análisis. De entrada, la noticia no es nueva, se limita a corroborar los resultados del Euskobarómetro de mayo y los de las Elecciones Generales del 20 de noviembre, donde Amaiur ya consiguió el mayor número de diputados en la historia de la llamada “izquierda abertzale”.
Lo fácil es analizar los términos en clave de nacionalismo –no nacionalismo. Bien, ese es un condicionante importante y que no hay que dejar de lado. Muchos de los votantes de PNV y Bildu obviamente son independentistas o como mínimo soberanistas, sea eso lo que sea, pero los resultados de un sondeo no se explican simplemente con un titular del tipo: “El nacionalismo avanza en el País Vasco” o “El constitucionalismo retrocede en el País Vasco”.
El País Vasco no es un lugar alejado del mundo que se maneje por sus propias reglas. Obviamente, hay particularidades, pero no configuran el todo. En el País Vasco ahora mismo pasa lo que en el resto de España: el PP y el PSOE están sufriendo una crisis de descrédito importantísimo que crece cada vez que un diputado de uno u otro partido abre la boca. Pongámoslo así: yo no soy nacionalista vasco pero sinceramente me costaría mucho votar a PP o PSE, igual que me cuesta hacerlo en Madrid. Y sería muy complicado que se me pidiera el voto en nombre de una causa común cuando se han pasado tres años discutiendo y tirándose los trastos a la cabeza.
A esta falta de confianza en PP y PSOE hay que añadir un hecho internacional: en cada elección que se celebra desde el inicio de la crisis económica global, el partido en el poder ha perdido. En esta ocasión, el poder lo ostentan precisamente los constitucionalistas y es lógico que de ese descontento se aproveche la oposición porque ya se sabe que quien no hace nada no se equivoca nunca y la memoria del votante es tan corta que puede ver al PNV como un partido de oposición, obviando que muchos de los problemas de su comunidad tienen que ver con los 25 años de anteriores gobiernos nacionalistas.
Otra cosa es Bildu. La conexión Bildu-Batasuna es evidente y eso me hace muy complicado entender que haya gente que vote masivamente a una formación que durante años ha apoyado activamente el terrorismo como vía política, la exterminación de sus vecinos, sus compañeros de trabajo… la familia que ponía la sombrilla a su lado en la playa de La Concha. El problema es que esa asociación Bildu = Batasuna = ETA no está en la mente de todos los votantes de Bildu. Para muchos de ellos, la coalición no es sino la representación del voto antisistema, una manera de dar una patada en los genitales al poder establecido.
Es algo infantil, lo sé, pero vivimos una época muy infantil, especialmente desde que nuestros políticos se acostumbraron a tratarnos como niños tontos y nosotros se lo pagamos con nuestros votos complacientes.
El crecimiento de Bildu tiene una parte de reclamación independentista y otra de “que se jodan, voy a votarles” sin medir las consecuencias. Les puede parecer terrible e irresponsable, pero es así. En estas condiciones, el éxito de Bildu es irremediable. Peligroso, desde luego, pero irremediable. Representan todo lo que pide el votante enfurecido: acción directa, desprecio a las convenciones, reclamación de lo exclusivo mediante la fuerza si es necesario, propuesta de un nuevo orden social, difuso pero nuevo, que es lo que cuenta.
Decía un diputado nacional del PP recientemente que la crítica excesiva a los partidos convencionales podía degenerar en la llegada de populismos totalitarios que “incluso quitarían el Twitter”. Bien, la frase era desafortunada en la forma porque incidía en el “te voy a quitar la Playstation” que se le dice al niño de nueve años, pero sí acierta en el fondo y de hecho es algo que en esta columna se ha comentado varias veces: la deriva anti-partidos desemboca en populismo y acción directa y eso sería terrible para una democracia liberal. Incompatible, de hecho.
Lo que no tengo tan claro es que la culpa de esto la tenga la gente por quejarse. Desde luego se me ocurren mil opciones mejores de mostrar mi enfado con los grandes partidos que votar a Bildu, pero tengo claro que PP o PSOE o quien sea tiene que ponerse las pilas ya antes de que esto se convierta en Weimar. No vale con decir “no os enfadéis que luego viene uno peor” sino dar motivos para que no haya ese enfado. Pedagogía en vez de odio. El único lugar donde los dos partidos han gobernado juntos ha sido en el País Vasco y han acabado adelantando las elecciones con un parlamento completamente dividido y acusaciones mutuas de todo tipo.
Es inevitable pensar que igual se podía haber hecho mejor, ¿no creen?
Artículo publicado originalmente en el diario "El Imparcial", dentro de la sección "La zona sucia"