sábado, marzo 27, 2010

Infancia en el Moe

Ana y yo cogemos un taxi a las 3 y media de la mañana cerca del Eurobuilding, a la salida del Moe. Es curioso escribir "Ana y yo" pero no tanto como ser "Ana y yo" 19 años después de nuestros paseos por los parques de atracciones cogidos de la mano mientras llovía. Ahora, ella es una mujer felizmente casada y con dos hijos que necesita alguien que la acerque hasta su coche, en Nuevos Ministerios.

Un poco antes del Moe, cena en El Olvido. No solo Ana y yo, claro. Ana, Pilar, Susana, Ángel, Iván, Nieves, Mónica, María y yo. En cualquier caso, 19 años después. O incluso más. El primer día que vi a la mayoría fue algún 14 ó 15 de septiembre de 1985. El primer día que vi a Ángel debió de ser en 1981 ó 1982. Como pueden entender, no me acuerdo.

Hablamos de entonces. Del Willoughby. De cómo las vidas han cambiado desde entonces: carreras, matrimonios e hijos. En total, cinco niños. Hablamos de amores platónicos y discotecas de Palma de Mallorca. Recordamos números de teléfono. Yo recuerdo números de teléfono igual que recuerdo resultados de fútbol, una especie de Rain Man sonriente. Tenemos un aspecto excelente. Yo diría que ahora somos más guapos que entonces, claro que entonces teníamos 14 años y esa es una edad complicada para ser guapo.

Supongo, además, que ahora eso no importa y por lo tanto es más fácil. Menos presión.

Me sorprende la cantidad de datos. Por supuesto, algunos los había borrado por completo y otros los había reinventado. Es lo que tiene ser escritor: en mi autobiografía pienso mentir como un bellaco. Suenan canciones de entonces. Canciones de "Las mejores baladas", tipo "Stop" de Sam Browne o "Perfect" de Fairground Attraction. Iván pone algo que debe de ser Kiss FM y en realidad es como si no hubiera pasado un minuto. Disculpen el topicazo.

Disculpen la literatura, también. No todo ha sido exactamente como se cuenta aquí. Esto no es "Los amigos de Peter". Hace dos años estuve con Susana en un Summercase, emborrachándonos junto a Fer Cabezas. Hace seis estuve con Pilar en la boda de Ana. Hace una semana me tomé un café con Nieves. Hace nueve años vi a María, a Ángel y a Mónica en la Vaca Argentina mientras tomaba algún tipo de filete. Los 19 años no han sido un abismo del que se sale reptando.

Pero no dejan de ser 19 años, claro, y no dejo de saberme sus teléfonos de memoria y me resulta muy curioso que las dos chicas que realmente me gustaban entonces sean las que están casadas y con dos hijos. Mi facilidad para que donde pongo el ojo otros pongan la bala. Una facilidad no mermada por los años: si mis informaciones no me fallan, dos ex novias se casarán este mismo año, lo que hará un total de tres, todo ello teniendo en cuenta que con dos no me hablo y es probable que ahora mismo sean madres.

A mí todo eso me parece bien. Me parece incluso divertido, aunque Hache suponga que mi salud se está quejando de eso también. El psiquismo, qué palabra hermosa.

En fin, Ana de vuelta de Australia cogiendo el coche en Nuevos Ministerios mientras yo sigo hasta Tribunal. Lo complicado no es aceptar el universo Ana ni el universo María o Ángel o Pilar. Lo complicado es aceptar que el de al lado sigo siendo yo. Aceptar la continuidad del nombre y el apellido. Guillermo Ortiz. Tú eres Guillermo Ortiz. López. Lo sigues siendo, aunque no te reconozcas. O no del todo. Y ellas allí, mírenlas, espléndidas en su treintena y sus tacones.

¿Ustedes me han mirado? Pedirles además que me quisieran, ¿no les parece que era pedirles demasiado?