domingo, marzo 15, 2015

Medina del Campo 2015. II. Al Pelae


Vi en su momento un documental sobre Torremolinos que me dejó a cuadros. Torremolinos en los sesenta y en los setenta, el esplendor de aquella España del landismo y a la vez la entrada de música nueva, de aires de fiesta, de sol dentro del tono gris del país. El Torremolinos revolucionario de los clubs de strip-tease y la homosexualidad tolerada. Una fiesta perpetua. En ese Torremolinos del que solo quedan los callejones vacíos y los locales en venta, se manejaba como pez en el agua Ángel López Peláez, un superviviente que tocó las teclas correctas antes de caer en picado rumbo a la decadencia autodestructiva.

¿Cómo encontró Óscar de Julián a "Al Pelae" y cómo se decidió a hacer un cortometraje al respecto? Después de charlar con él durante media hora por teléfono no acaba de quedarme claro. A Óscar le conocí en Cortogenia y después colaboré con él en el comité de selección del Festival de Almería. Desde hace años, prácticamente desde que ganó en Medina el premio al mejor documental con "Doppelgänger", no nos hemos vuelto a ver y la conversación se acaba perdiendo en temas que no tienen que ver con el fotógrafo, palmero, ventrílocuo y cómico andaluz.

El documental tiene un personaje potente y un montón de secundarios como Frank Sinatra, Cantinflas, Ava Gardner, Pelé o el mismísimo Chiquito de la Calzada. Eso ya debería valer, como vale en cierta manera con el algo acelerado "Gertrudis", sobre la científica Gertrudis de la Fuente, pero a Óscar no le sirve con exponer sin más, necesita narrar, necesita que haya una intención sutil: llenar el documental de trampas para que el espectador no sepa en ningún momento si lo que está oyendo, si ese Frank Sinatra en el calabozo, ese Cantinflas llorando ante la tumba de Manolete, ese Pelé eufórico en la noche malagueña, etc. son reales o invenciones de un hombre desmejorado, borracho, que reconoce haber pasado un tiempo en un manicomio debido a sus adicciones.

Todo eso tiene respuesta pero, obviamente, no se la voy a dar yo. Óscar me mataría. Igual me mata también si digo en público lo que ayer me dijo en privado: Al Pelae, Ángel López Peláez, ha muerto. Hace muy poco. El director podría haber convertido el corto en un homenaje y buscar la lágrima fácil, pero Óscar no es así y se agradece. Dedos en el ojo ya nos meten otros demasiado a menudo y a veces sin éxito alguno.

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"Al Pelae" es parte de una hora de tregua dentro de lo que es un día de cortos más o menos horribles. Emiliano sabrá perdonarme porque entiende que en la disparidad está el crecimiento, pero la selección no puede basarse en cortos a los que les sobran diez minutos en la mayoría de los casos, no hay apenas historias que contar o son las de siempre y se abusa de un tono dramático excesivo. Parece difícil creer que después de la magnífica edición del año pasado, el nivel del cortometraje español haya bajado de esta manera.

Aun así, ya digo, se encadenan cuatro cortos más que interesantes: "Los cárpatos", una historia no demasiado pretenciosa pero que tiene las mejores actuaciones vistas hasta la fecha en el festival: la de Cecilia Freire, siempre solvente, y sobre todo la de Sonia Almarcha, en mi opinión máxima favorita al premio a mejor actriz. "Line up" tampoco está mal. Un cortometraje que empieza con la carátula de un disco de los Pixies y el principio de "Debaser" tiene a la fuerza que ser un buen corto. El recurso al viaje en el tiempo resulta un poco manido y acaba en una cierta confusión, pero está bien hecho, bien interpretado, pasan cosas... con eso nos basta.

Luego, ya digo, "Al Pelae" y para terminar con una sonrisa, el documental de Javier Fesser sobre una aldea peruana. La verdad es que cuando lo vi en el programa me eché un poco a temblar porque pensé que podía caer en una oleada de "buenismo" que a veces arrastra a la familia Fesser en sus actos públicos. No es el caso. " Bienvenidos" no cae en el paternalismo del "buen salvaje expoliado" sino que, dentro de lo que es la difícil realidad de una aldea peruana, prefiere enfocar el corto hacia el futuro, la risa y el humor. Se agradece y también sería raro que no le cayera algún premio, la verdad.

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Irene Visedo y yo nos miramos con cara de "madre mía" cuando salimos de la primera sesión, la de las cinco. No hablo de cosas concretas con miembros del jurado porque prefiero no enterarme de nada y no hacer ningún comentario torpe. Sensaciones generales, tan solo. No le digo, por ejemplo, lo mucho que me ha irritado "La gran mentira". Hay cortos malos, cortos que me aburren y luego están los que me cabrean, que son pocos. Este es uno de ellos: disparatado, mal hecho, con una combinación de paranoia antieuropeísta y a la vez un inopinado "mejor esto a que vengan los chinos" con náuseas de la protagonista incluida...

El corto no es malo, es abyecto, y no sé qué demonios pinta en un festival así. Esa bandera china sobre la Torre Eiffel, ese empeño en recordar que, ojo, los nazis también creían en una unión europea para subyugar a los países del sur con deudas imposibles de pagar. La eterna comparación de Hitler con Merkel, aunque al menos a Merkel no la sacan como tal. Poco que se diferencie de esas páginas tipo "Investiga11S" y su serie de mentiras, bulos y esquizofrenias.

Lo bueno es que en Medina esos cabreos se pasan rápido. Salgo escopetado y a tiempo para ver la segunda parte del Barcelona en el Coco´s. Cristina me pone mi descafeinado y por los altavoces suena el "So payaso" de Extremoduro por segundo día consecutivo. Es una canción que me encanta y un grupo que me hubiera encantado de adolescente de haberle dado alguna oportunidad. Quizá esté demasiado mayor o quizá aún esté a tiempo, quién sabe. En aquellos años, Extremoduro formaba parte de lo que era el "enemigo", junto a Platero y el rock vasco. Nosotros éramos pijos y glamourosos y solo escuchábamos "brit pop" y música garaje de Seattle.

Sin embargo, sí que recuerdo el vídeo con Robe haciendo de camarero y la música de trompeta subiendo y la virulencia de la situación, la agresividad, el "a ver qué me dice después", la decadencia absoluta, una decadencia a lo "Al Pelae", si se piensa, pero menos autodestructiva, o más conscientemente autodestructiva, si se prefiere. La mía con dieciséis años, vaya.