jueves, marzo 12, 2015

Flores en el mar



Por un momento pienso que quizá el fracaso de "El pingüino", mi segunda novela inédita, se deba a una cuestión de temática. Creo que Gonzalo Canedo me comentó algo al respecto, pero como la muerte lo dejó todo en el aire, nunca llegamos a concretar. Uno de los detonantes de la trama es que la protagonista finge ser maltratada. Se autolesiona y acusa a su pareja, no ante la policía sino ante su amante y a partir de ahí se lía una buena.

Nunca consideré que eso pudiera ser denigrante para la mujer, así en general, a lo bruto, y mucho menos para la mujer maltratada, pero quizá alguien lo esté viendo así y crea que el hecho de introducir un personaje manipulador, tan manipulador que es capaz de acusar a otro de las lesiones que se inflige ella misma, puede considerarse una acusación genérica, algo del tipo: las mujeres maltratadas tienen mucho cuento.

O lo piensa o tiene miedo de que alguien lo piense por él, las dos hipótesis quedan abiertas.

Es absurdo pero es terrible a la vez. Obviamente, eso no está en mi mente en absoluto. Iratxe es una manipuladora y utiliza su sufrimiento para conseguir un resultado. Un sufrimiento que por otra parte es real, de eso no cabe duda. Se puede argumentar que Iratxe es una mujer pero en realidad eso es lo sexista del asunto porque Iratxe no deja de ser humana, sin más, y como todo ser humano en determinado momento, miente y retuerce la realidad para salirse con la suya. Pensar que eso es una apología del maltrato es como pensar que "Lolita" es un ataque a los segundos matrimonios.

En cualquier caso, el único asesino de la novela es un hombre. Un hombre con muy pocas luces, por cierto, y nunca hay que descartar que, como dijo Andrés Barba, simplemente sea un mal libro.

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Entre tanta Operación Púnica, Gúrtel, hospitales privatizados, Eurovegas y aparcamientos en la Gran Vía, ha hecho falta que me recuerden por Twitter uno de los mejores momentos de Esperanza Aguirre, la gran liberal, cuando fue al telediario nocturno de Germán Yanke en Telemadrid y, como las preguntas no le gustaban, se dedicó a atacarle, a acusarle de tomar partido por "el enemigo" y a exigirle públicamente que se decantara por un bando cuanto antes. No sé exactamente lo que hizo Yanke al respecto, pero a los dos días estaba en la calle, sustituido por Sánchez-Dragó y después por Hermann Tertsch.

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Me encuentro con Álida en Cea Bermúdez, algún punto medio entre el metro de Canal y el de Islas Filipinas. Yo vengo del psiquiatra y ella del trabajo, así que los dos necesitamos algo de beber cuanto antes. De camino a la terraza de turno pasamos por el banco donde A. y yo esperábamos el autobús a las cinco de la mañana, cuando ella cerraba el bar y yo la acompañaba galantemente buscando no se sabe muy bien el qué. "¿Qué curioso, verdad?", le digo mientras recuerdo aquella historia, "¿Qué demonios hacíamos cada noche viniendo aquí a las cinco de la mañana solo para sentarnos?".

A. y yo nos besamos dos veces, es cierto, pero la cosa nunca fue a más. Puse bastante empeño pero no tanto como para que resultara incómodo pasear conmigo de madrugada por una ciudad borracha. De todo eso hace nueve años. Álida recuerda a A. pero no recuerda mucho más. No recuerda a Ron, por ejemplo. En aquel 2006, incluso en parte de 2007, no dejaba de ser la amiga de mi novia y se mantenía al margen de muchas historias, algo en lo que siempre ha destacado y por lo que la envidio profundamente.

Cuando la conversación llega a ese punto, a mi ex novia, me dice con toda naturalidad: "Tú la cuidabas mucho, siempre estabas ahí para ella" y creo que es verdad. Se puede matizar todo lo que uno quiera, porque nuestra historia de amor, como tal historia de amor, quizá dejó mucho que desear, pero la cuidé todo lo que supe y estuve siempre para ella cuando me necesitó. O lo intenté. Exactamente lo mismo que ella hizo conmigo: cuidarme y estar conmigo aunque no entendiera nada, aunque el mundo se contrajera y se dilatara a tal velocidad que no le quedara más remedio que irse a Barcelona lo antes posible.

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Con Montano y Rafa Latorre en el Triskel: Rafa dura poco porque tiene un partido de fútbol, aunque mantiene esa sonrisa que siempre le distingue y la sanísima virtud de hablar bien de todo el mundo, algo que los demás deberíamos aprender.Nos abrazamos en el saludo y en la despedida, luego quedamos Jose y yo en el bar irlandés hablando de planes frustrados, pasados melancólicos y elecciones autonómicas.

Nos llevamos bien porque de alguna manera nos reconocemos. Cada uno en su estilo, pero con un aire de familia. El mismo aire, quizá, que nos une a Uriarte o que, al menos, nos hace admirar a Uriarte. Por lo demás, coincide conmigo en que el disfrute es algo tardío. "Yo viví los ochenta y no me di cuenta de que había sido maravilloso hasta que me lo contaron años después" es su versión de mi "no reconozco la felicidad hasta que han pasado cuatro años".

Me propone que saque un libro con estos diarios, con este blog. No tanto las reflexiones políticas sino las personales. Algo parecido, supongo, a "Cuando las cosas dejaron de tener sentido", pero yo no creo que eso vaya a interesar a nadie y siento que es un libro ya escrito cuando había que escribirlo. En cualquier caso, su confianza en mis posibilidades me parece marcadamente entrañable y así pasamos un rato esperando el 40 en la parada de Tribunal mientras una chica mantiene por teléfono una incomprensible conversación en español e inglés a la vez y un niño de la edad de Álvaro inicia un amago de llanto. La vida, en resumen. Y nosotros, en sus márgenes.