domingo, marzo 08, 2015

Esperanza Aguirre caza talentos



Esperanza Aguirre exige tener el control absoluto sobre el programa y la elección de miembros de la lista de su candidatura. Tiene todo el sentido del mundo: lo lógico es que una candidata represente lo que ella piensa y exija a sus concejales la defensa incondicional del proyecto. Otra cosa es que sea Aguirre la más indicada para hacer de cazatalentos, teniendo en cuenta su currículum hasta ahora, desde López Viejo a González pasando por Granados, Lamela, Güemes y todos los alcaldes y concejales del partido que ella preside y que han acabado en los juzgados o directamente en la cárcel.

Que alguien a quien le han robado en sus narices millones de euros sin que, según ella, se haya dado cuenta de nada hasta que no se lo ha dicho un juez, vaya poniendo esta clase de exigencias es cómico. Su sola candidatura es cómica de por sí, pero que lo primero que haga sea salir con un "o mi gente o no me presento" cuando su gente ha ido desfilando por todas las portadas de sucesos durante estos últimos once años resulta desolador cuando menos.

Por lo demás, el "efecto Aguirre" está en el aire. Sin duda, movilizará un sector de votantes que quizá habían pensado irse del PP por la derecha -a VOX, un partido que en Madrid sacó un excelente resultado en las Europeas- o por el centro, con la opción Ciudadanos coreada en todos los medios. También es innegable que la burla es tal que sus enemigos se multiplicarán. Yo quiero pensar que no solo los enemigos. Ayer en Twitter un indignado me acusaba de tener "algo personal" contra ella. No, mire, yo puedo diferir de sus formas, incluso de sus políticas, privatizaciones y Eurovegas fallidos, Lo que no puedo admitir es que alguien que preside un partido y un gobierno marcados por la corrupción, el despilfarro y el tráfico de influencias se pueda presentar como gestora de nada.

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Al respecto, obsérvese, especialmente en El Mundo, con puntualísimas excepciones, los equilibrios para denunciar los áticos de González y las tramas de Granados sin que aparezca el nombre de su columnista Aguirre por ningún lado. Ella nunca estuvo ahí, recuerden.

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Aprovechamos el sábado libre para ir al Microteatro de la calle Loreto y Chicote. Los dos le tenemos un especial cariño al sitio porque en parte ahí se gestó nuestro noviazgo y sinceramente lo hemos dejado un poco abandonado. Para compensar, compramos dos entradas para pases de tarde, un poco al tun tun porque no conocemos ninguna de las obras. Una vez tenemos los billetes en la mano, le propongo ir a otro lado para no pasar por el típico agobio de la barra del bar de un sitio con tendencia al exceso, las colas para las distintas sesiones juntándose con los bebedores de gin-tonic.

La Chica Diploma, sin embargo, prefiere esperar dentro. Supongo que parte del encanto está en esperar dentro, así que no discuto demasiado. Estoy mareado, como siempre, y me apoyo en una pared para no caerme. Ella también está cansada, pero lo disimula bien. Tan bien que la confunden con una actriz y ni siquiera es para ligar, o eso cree. Dice que la gente la mira atentamente, que algo propio del Microteatro es precisamente esa necesidad de mirar atentamente, no se te vaya a escapar algún famoso.

Eva Amaral entra y se genera un pequeño aunque disimulado revuelo.

Las dos obras son horribles. Diría que es cosa mía pero a ella tampoco le gustan. Da la sensación de que conforme pasa el tiempo, en vez de hacerse al formato y perfeccionarlo, los autores se van confirmando con un "voy a hacer cualquier cosa que permita a los actores gritar mucho". Especialmente preocupante es la dificultad para cerrar las tramas. El género requiere comprimir introducción, nudo y desenlace en diez minutos y no voy a decir que eso sea fácil pero, si bien puedes prescindir de la presentación y empezar un poco en medio del meollo confiando en la inteligencia del lector, acabar sin más resulta decepcionante.

Aunque dos obras decepcionantes, algún encuentro sorpresa y la sensación halagadora de sentirse observada son algo... y algo, ya saben, es mucho mejor que la tristeza.

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Leo, a ratos, "Canadá", de Richard Ford. Edición de Anagrama. La traducción, una vez más, es llamativamente terrible. El resto, entre pañal y pañal, complicado de analizar todavía.