miércoles, diciembre 03, 2014

Autocrítica



La Casa de Aragón está llena así que me voy al Arturo a ver si hay sitio, consciente de que al menos, en el peor de los casos, me podré tomar algo en la barra. Si la cosa sale mal ahí también, estoy por mandarle un mensaje a Pablo y decirle que nos vayamos a la cantina del Ramiro. Sin embargo, el Arturo está bien, efectivamente hay sitio en la barra e incluso una mesa para dos -posiblemente la misma mesa en la que Pepu Hernández y yo estuvimos charlando durante horas en 2005- con menú del día, vino y café.

La comida está bien porque no tenemos agenda. Ni él ni yo. Hemos quedado por quedar y eso es maravilloso, puedes sacar temas sin obligación alguna, aunque todos tienen que ver irremediablemente con el baloncesto. Hasta cierto punto, a mí me sigue resultando extraño lo de compartir menú con un ídolo de adolescencia, pero yo tenía 14 y él no pasaba de los 20, así que es normal que con 37 y 43 las diferencias apenas se noten. Al principio, lo reconozco, me era más difícil: hablar con Pablo Martínez era hablar con el chico de los triples al Maccabi y la semifinal de copa contra el Joventut, el base que me acompañó en los cuatro años de instituto.

Ser adolescente es algo terrible, un continuo ponerse límites y saltarlos y volver a ponerlos. En el Ramiro, el gran límite era el Estudiantes. Veías a Cvjeticanin caminando cerca de la Nevera y se acababan las Chicas Langosta. Por un lado, me parece ridículo. Por el otro, si lo pienso con menos sensatez, la verdad es que es la leche que vayas al colegio, acabes la clase de historia y en el patio te cruces con un tío que fue dos veces campeón de Europa jugando en la Cibona de Drazen Petrovic. Dos grados de separación. La ventaja de Pablo es que fue consciente de que era un ídolo y a la vez es consciente de que aquello no tenía ningún sentido. Eso facilita mucho las cosas: un hombre que ha comido a gusto y no tiene ninguna necesidad de saciarse.

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Le pregunto a la Chica Diploma qué canción vamos a poner en nuestra nueva casa. Cuál será nuestra primera canción. Es importante, le digo. A LC al menos le parecía importante en una época en la que a mí me parecía importante cualquier cosa que LC dijera. Mi primera canción en aquel piso interior diminuto de la calle Churruca fue "Autocrítica", de Vetusta Morla. Estábamos en septiembre de 2008, en plena fiebre de su primer disco, y tenía sentido que fuera así. Además, el título de la canción no me negarán que da mucho juego.

Aquellos primeros días en general fueron maravillosos. Los días previos a la mudanza, cuando había poco más que una mesa  y una silla que había dejado Pedro, la cama sin sábanas ni mantas y una televisión que acabó en casa de Álida. La sensación de enorme libertad de estar en tu casa vacía, todo para ti. Hice un par de fiestecillas de inauguración con patatas y cerveza del chino. Viernes y sábado, para cuadrar a todo el mundo. La del sábado coincidió además con la Noche en Blanco y acabamos todos viendo a un funambulista que iba a cruzar la calle Alcalá desde la cúpula del Círculo de Bellas Artes hasta la azotea del edificio de enfrente.

La chica con la que estaba saliendo por entonces estaba convencida de que se iba a matar. Lo repetía muchas veces, casi con gusto. Yo creo que en realidad se sentía extraña y pensó que de esa manera podría pertenecer un poco más al grupo de su chico, que siempre, por definición, es un grupo extraño. Como cuando los adolescentes sin gracia nos dedicábamos a imitar a Chiquito cada cinco minutos para ver si así alguien nos reía el chiste. Al final, el hombre no salió, hacía demasiado viento. Me pareció una excusa muy pobre y desde luego para la chica, llamémosla Iratxe, fue una decepción enorme. Caminamos tristes el resto de la noche. El plan era acabar en mi casa vacía y lo más que conseguimos fue esperar juntos un búho en la plaza de Neptuno. Un búho al que, aún desencantada, se subió ella sola.

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Me dice que habría sido perfectamente capaz de enrollarme con esa chica solo por tener el mismo nombre de la Chica Langosta. A falta del significante, poseer el significado. Yo le respondo que por supuesto. Dentro de unos mínimos, claro, pero por supuesto.