miércoles, diciembre 10, 2014

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Llevo a Rafa Latorre al Malaspina, o más bien al remedo del Malaspina que han abierto en la calle Barcelona para cuando el original está hasta arriba. "Un poco turista, ¿no?", dice Rafa al ver toda la zona de Huertas, una zona inventada para que camareros argentinos den de comer paella a ingleses y alemanes mientras se emborrachan con sangría. El Magaluf de la Puerta del Sol pero en aburrido, un Magaluf con Ketama y los Gipsy Kings sonando por los altavoces.

Rafa y yo nos hemos conocido demasiado tarde, o al menos esa es mi sensación. Compartimos huevos rotos y una tosta cada uno. Hablamos del mundo de las colaboraciones con cierta pesadumbre, todo lo que ha cambiado y todo lo que va a cambiar. A veces nos sentimos como el Marqués de Leguineche y su hijo, fin de una saga. ¿Cuántos se sienten así cada día? Imposible saberlo. Rafa tiene tan buen corazón que le da pena Fonsi Laoiza o al menos, lo comprende, le gustaría alejarlo de las fieras con mangueras a presión, como a aquellos leones del zoo de Barcelona.

Normalmente, cuando hablabas del futuro con alguien te podías permitir decir aquello de "no lo veo muy claro". Ahora la cosa se acelera al presente. "Estoy un poco perdido", que es la manera de decir "estoy dando unos palos de ciego que no veas", pero con la esperanza siempre de acabar dándole a la piñata, claro. Nos interrumpimos varias veces -los dos, me da la impresión, somos voraces conversadores, puede, incluso que los dos seamos tímidos- y al final nos peleamos por pagar, como si viviéramos en los noventa.

El sitio está vacío. Nos comemos la cabeza con diagnósticos y soluciones y en medio queda esto: un país en quiebra, incluso la parte del país que ya había decidido venderse al mejor postor.

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Una de las preguntas de Rafa tiene que ver con la Chica Diploma. Más que con la Chica Diploma con la convivencia de la Chica Diploma con todas las demás chicas de este blog. La convivencia del presente con el pasado, ese Laocoonte luchando contra las serpientes. La verdad es que, si se piensa, la paciencia de mi esposa con mis recuerdos es encomiable. Una paciencia a prueba de bombas. Tiene sentido si nos vamos a los años previos al romance, los años en los que yo ya le hablaba de esas chicas tumbado en su camilla y ella era mi confidente. De alguna manera, yo me descubría así y así era y no tiene sentido ahora ir pidiendo el ticket para devolverme.

Por otro lado, me casé con ella, me fui a vivir con ella, vi morir a mi padre con ella, tuve un hijo con ella... ¿ponerse celosa por un apodo, una tarde en Valladolid allá por 2003?

Sabe algo más, supongo, porque la Chica Diploma se caracteriza por proyectar: sabe que si algún día ella no estuviera, si me dejara con mis melancolías y mis adolescencias, no podría escribir aquí una sola línea que no fuera sobre ella. En parte, eso es un alivio. Escribir sobre otras chicas, escribir con cariño, mientras amas perdidamente a la mujer con la que estás. Me recuerda a la canción "Antes", de Jorge Drexler, en la que, en vez de recurrir al manido "mi vida era un desastre hasta que llegaste tú" prefiere el mucho más sano "mi vida era maravillosa y aun así te preferí a ti".

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No sé por qué, a punto de coger el cercanías en Delicias por primera vez en los dos años y pico que vivo en Delicias me acuerdo de "Advertising Space" y de cómo me ponía a llorar cada vez que la escuchaba. Luego intento recordar por qué me ponía a llorar y llego hasta la muerte de mi padre, sin encontrar ahora el nexo entre mi padre y Robbie Williams, más allá, supongo, de escribirle canciones a un muerto y la incapacidad, o el miedo a la incapacidad, para aprender de errores ajenos.

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Andrés Barba me escribe desde Buenos Aires. Dice que 37 años son pocos para decidir si uno debe seguir escribiendo o no. Él no tiene 37 sino 39 así que ha pasado por ello. Yo supongo que 37 años es la edad en la que uno se plantea dejar de hacer muchas cosas y cuando se convence de que debe seguir haciéndolas ya no se lo vuelve a plantear más. Me dice que soy un valiente por exponerme a pecho descubierto cuando él empezó el juego: metí a mi mujer y a mi hijo en el coche solo para poder llevarle in extremis un ejemplar del manuscrito de mi novela, él lo leyó en el avión y al llegar a Buenos Aires lo despellejó en un email.

A ver, no lo despellejó, pero no le gustó, vaya.

Una cosa que nunca he entendido de los creadores es ese afán por gustar a todo el mundo. Nadie le gusta a todo el mundo y desde luego nadie está en la obligación de admirar lo que haces, por mucho empeño que pongas. Se sorprende de que le haya contestado su email. Solo faltaría: le das un libro a alguien, le pides que se lo lea y luego le castigas por leérselo. Debe de pasar más de lo que yo creo pero sigo sin concebirlo.