martes, diciembre 23, 2014

Sympathy for the devil



Como última actividad del trimestre pongo a mis alumnos "Sympathy for the devil" y leemos juntos la letra en inglés. Para mí es la leche porque la canción me encanta, me sube el ánimo y además me permite dar alguna que otra lección de historia, incluso explicar qué demonios quiere decir eso de "blitzkrieg" o recordar que bastó con que Jagger gritara "¿Quién mató a Kennedy?" para que en medio de la grabación asesinaran al hermano. Reconozco que mi relación con los Rolling Stones nunca ha sido fácil, hasta el punto de que creo que nunca he llegado a escuchar un disco suyo entero. Es muy raro, si se piensa, porque tienen canciones que me encantan, pero la pose a veces te ayuda y a veces te limita y yo no puedo con los morritos de Jagger ni con el eterno cigarrillo colgando del labio de Keith Richards.

Los Rolling para mí son "You can´t always get what you want", "Angie" en el instituto, que es donde ese tipo de canciones tienen sentido y el "Start me up" en los vídeos de aquella actuación en el Calderón cuando el Mundial de 1982. Puede que también, crepusculares, el "Love is strong" y el "Anybody seen my baby?".

Es una pena, porque deberían ser mucho más, en eso estamos todos de acuerdo. Yo, que me emociono con cualquier chorrada de los Beatles excepto con la insufrible "Hey Jude", reconozco que no hay en la discografía de los de Liverpool un "Sympathy for the devil"; una línea que diga, claramente, "so if you meet me, have some courtesy, have some sympathy and some taste". Un canto a la elegancia de la maldad. Al Pacino haciendo de abogado mientras le destruye la vida a los guapísimos Keanu Reeves y Charlize Theron.

También es verdad que no se entiende que a Jagger y Richards se les escapara un "I am the walrus", pero ese sería otro tema y acabaríamos hablando de versiones de Oasis y no acabaríamos nunca.

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Hablando de los setenta, llega la muerte de Joe Cocker con cierta sordina. Cocker en Woodstock, la voz de Cocker arañando "With a little help from my friends" al principio de cada capítulo de "Aquellos maravillosos años". Cocker en bandas sonoras de películas y un Cocker más blues, con un aire Leonard Cohen, arrasando en ventas a finales de los ochenta con "Unchain my heart" o "When the night comes".

Kim Basinger en su esplendor dejándose el sombrero puesto.

La importancia de Joe Cocker, no solo musical sino en términos de cultura pop, choca con la poca repercusión que, en mi opinión, ha tenido su muerte, eclipsada quizá por Francisco Nicolás o la Pechotes o vaya usted a saber. Es complicado hacer un ranking de músicos y reservar hojas de obituarios según su posición en la lista, pero Cocker, ya digo, era más que un músico. Lo mismo se metía un tripi y le daba por mover las manos compulsivamente en los setenta que cantaba "Love lifts us up where we belong" o cualquier horterada comercial diez años más tarde.

Es cierto que llevaba un tiempo desaparecido. Las desapariciones a determinadas edades no suelen ser augurios de nada bueno. Hubo un momento en el que mi padre, fanático de Frank Zappa, tenía sus discos en casa mientras yo tenía sus canciones sueltas en algún Boom 4 grabado en cassette. Eso, sin duda, quiere decir algo.

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Me sorprende mi repentina erudición. Siempre me ha fascinado mi capacidad para olvidar datos, citas, fechas, incluso tramas enteras de novelas o argumentos que sé que me encandilaron... y de repente ahí estoy en un bar de la calle Ruiz recitando de memoria años y partidos y jugadores del Real Madrid de baloncesto de los 50, los 60, los 70... lo que me echen. En un momento dado, Paco, que ha venido de "abuelo cebolleta" como él mismo ha dicho al principio del programa, me mira asombrado y me dice: "Bueno, es que yo ni siquiera había nacido por entonces".

Los chicos de "Perspectivas del balón" me dan las gracias por ser tan accesible e ir a una tertulia que acabará en un podcast. Como si yo tuviera algo mejor que hacer que ser accesible aparte de cuidar a la Chica Diploma y al Niño Bonito. Es una gozada saber de lo que hablas y aunque solo sea por eso el libro habrá valido la pena: en qué año fichó Brabender, quiénes eran Borrás, Galíndez y Báez, recordar a Pinedo y Saporta, poner en su sitio a Iturriaga y a Ferrándiz... sin perder mi propia memoria noventera de Djordjevic rogándoles a Marciulionis y Sabonis que se olvidaran de los árbitros y salieran a terminar con aquella prodigiosa final del Europeo de 1995.

No veo demasiadas cosas buenas en convertirse en una enciclopedia pero también es verdad que, pensándolo bien, tampoco se ven muchas cosas malas. La verborrea, quizá.