lunes, diciembre 08, 2014

A woman of the world



A la Seminci solo fui un año y creo que, en parte, para poder decir "he estado en la Seminci". Fueron cinco días angustiosos llenos de sueño en medio de una ciudad fría y hostil donde en ocasiones nevaba. Compartía pensión con P., una pensión en medio de una plaza que se llamaba Buenos Aires y tenía unos radiadores como toda calefacción. Además, el olor rancio, inclasificable, mientras leía en la cama "Entre visillos", de Carmen Martín Gaite. No se podía salir a pasear, o al menos yo no tenía fuerzas para salir a pasear y lo más que hacía era ir al pase de la mañana -Brad Pitt, dicen, se enamoró locamente en Valladolid, yo me limité a ver por primera vez a Scarlett Johansson- y amagar con ir al de la tarde, en unos cines más modestos, casi siempre vacíos.

No había nada en la ciudad que indicara que ahí estaba teniendo lugar un festival internacional de cine. Algún cartel desganado colgado de alguna farola. Buscaba cabinas de teléfono para llamar a M. y pedirle que me rescatara pero M. estaba acatarrada y no tenía muchas ganas de salvar a nadie. Un día, P. se apiadó de mí y me sacó a tomar algo. Compartíamos pensión y acreditación pero no mucho más, ritmos completamente distintos. Fuimos a un bar y nos tomamos una copa, puede incluso que cenáramos juntos antes. Me contó una historia preciosa, luego yo la conté en un libro y ella se enfadó, o eso creo. Nunca tengo claro cuando alguien se enfada conmigo ni cuando soy yo el que está enfadado con alguien.

Valladolid, por lo demás, era el recuerdo del Tryp Sofía Parquesol, pepitos de ternera nada más llegar, casi de madrugada, y cenas elegantes en hoteles de lujo provinciano junto a clínicas veterinarias de guardia. El perro se moría y la Chica Ratón lloraba porque pensaba que ese perro podría ser algún día su perro mientras yo la abrazaba en un banco, casi el mismo frío, casi la misma distancia. Yo la quise, a veces ella también me quiso. Y al revés, claro. Llamaba a M. para que me rescatara, sí, pero en realidad lo hacía por no llamar a la Chica Ratón y ponerle en ese apuro, no fuera que, en un ataque de nostalgia, le diera por pagar la fianza y yo volviera a salir corriendo.

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Le envío a Carlos Moyá un mensaje pidiéndole un autógrafo de Roger Federer para mi hijo. Es un mensaje algo absurdo: no tengo tanta confianza con Carlos, más allá de felicitarle cada vez que su mujer se queda embarazada, no sé siquiera si está en Dehli con Federer, no creo que a Federer le sobre tiempo para este tipo de compromisos y mi hijo no ha cumplido aún seis meses, así que no tiene ninguna necesidad de autógrafos ni historias. Como mucho, de un sonajero; eso sí, un sonajero firmado por Roger Federer le podría servir hasta que lo rompiera.

Sin embargo, envío el mensaje, que no recibe respuesta. Supongo que es como la historia del globo en la Plaza Mayor que contaba ayer: algo que le puede hacer ilusión a tu hijo o que puede pasar completamente desapercibido. Cuando se lo cuento a la Chica Diploma me mira como si estuviera loco y tiene parte de razón: "Piénsalo", le digo, "piensa en Álvaro con cinco o seis años y una foto dedicada por el mejor jugador de tenis de la historia, al que, por supuesto, ni siquiera conoce. Piensa en lo loco que es todo eso: como si en mi habitación mi padre hubiera puesto una foto dedicada de Pelé. Pelé deseándole una feliz infancia a Guillermo Ortiz, algo así".

Y, mientras, la vida de Planetario, de Prosperidad, de familia de clase media muerta de miedo porque en cualquier momento dejará de serlo.

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Podemos aparte, el hecho de que el mismo día un periódico publique una encuesta en la que el PSOE le saca siete puntos al PP y una cadena emita otra encuesta en la que es el PP el que le saca esos mismos puntos al PSOE, da idea de lo perdidos que estamos todos, empezando por los expertos. Luego está lo que Montano llama "segunda división" y las luchas por el ascenso o la permanencia: me da que todo el mundo está menospreciando a Ciudadanos, pero esto es solo una impresión ni siquiera un deseo.