lunes, diciembre 29, 2014

Académica palanca



Navidad en Salamanca. Menos frío del habitual. La Chica Diploma y yo tenemos tiempo para dar, los dos solos, un par de paseos el mismo día, No nos arriesgamos demasiado y hacemos más o menos el recorrido, de día y de noche, parando incluso en la misma cafetería. La plaza mayor me parece menos impresionante de lo que recordaba, la catedral la vemos de perfil y no somos capaces de encontrar la rana ni la calavera.

De Salamanca recuerdo los primeros viajes, con cinco o seis años, puede que menos. Los partidos de fútbol en los soportales de la catedral, las actuaciones infantiles cantando "Cantinero de Cuba", un póster de Aristide Bruant desafiante, con rostro serio y bufanda roja, que Manuel tenía en su habitación. Recuerdo -mi ricordo, sì, io mi ricordo- la excitación de mis primeros Juegos Olímpicos, los de 1984, el patriarca de los Morán en el sillón viendo todo tipo de deportes e informándome de lo que había hecho la selección de baloncesto.

Recuerdo Alba de Tormes. No sé por qué. Estuvimos un día, dando un paseo. Yo llevaba un balón e intentaba botarlo pero siempre se me iba. Resultaba tremendamente frustrante porque los demás niños lo botaban perfectamente pero yo no, y cuando intentaba darle toques con el pie no pasaba de dos, como si pensara que las cosas no estaban hechas para que volvieran sino para que se fueran lo más lejos posible.

***************

Algo después, unos 20 años después, puede que más, la Chica Portada, B. y yo en un concierto de Sabina con mi tío Pancho. Un viaje entre la nieve que empezó en un McDonald´s y acabó en un auditorio, la gente de pie acercándose al escenario como una masa enfurecida. Yo lloraba pero no recuerdo por qué. Puede que fuera feliz. B. y yo acabábamos de empezar a salir juntos, de hecho la había conocido menos de dos meses antes, junto a todo un nuevo universo.

Para no hacer sentir a la Chica Portada demasiado incómoda, ellas dos compartieron cama y yo me fui a la supletoria. Eran preciosas pero yo también, así que en eso estábamos empate. Desayunamos en el NH, aún con el frío, los burdeles rojos sobre el blanco, las calles que llevan al río llenas de nieve y resbaladizas. Fotos con Pancho en medio del puente, un vaquero empapado de agua después de pisar un charco.

La puta manía de pisar charcos.

Ellas tenían 21 años y yo tenía 28. Pancho ni siquiera había cumplido los 50. Los cuatro intuíamos que la vida nos iba a cambiar, pero no teníamos ni idea de hasta qué punto.

***************

Por cierto, B. en Madrid. Quedamos en el VIPS de López de Hoyos y la espero mientras hojeo revistas que no sabían ni que existían. El delirio de los libros más vendidos en Navidad. Hace siete años que se fue a Barcelona a vivir como hace cinco años que se fue la Chica Portada a Nueva York, emocionalmente igual de lejos. Hablamos de lo extraño del tiempo, lo rápido que se han pasado estos últimos siete años y lo que nos cundieron los dos anteriores, cómo podemos revivir cada momento de 2005, 2006, incluso 2007 y considerarlo nuestro.

Eso no siempre pasa, muchas veces estás en sitios que no estás, que no te pertenecen. La vida te ha colocado ahí y tú no te has opuesto pero no lo sientes como algo propio. Los chicos del Colonial, en cambio, disfrutamos de cada día como una fiesta perpetua en la que conocíamos a todos los invitados. Le comento lo que escribí hace poco en este blog: la enorme diferencia entre los veintiún años y los treinta, cómo me llega a horrorizar pensar que empecé a salir con ella cuando acababa de dejar los veinte.

De los 28 a los 37, sin embargo, la cosa no me parece tan grave. Supongo que uno se acaba acostumbrando a sí mismo y a su continuidad y son los demás los que ven claro que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Puede que de los 28 a los 37 yo haya cambiado tres veces más que B. de los 21 a los 30, pero quiero pensar que no, que hay algo que permanece, el Guille Ortiz de siempre solo que algo mayor, algo más maduro, algo más cansado. Me acuerdo de cuando se casó y yo fui encantado, incluso emocionado a Castelldefells. Era 2010 y mi fisioterapeuta no entendía nada: "¿Vas a ir a la boda de tu ex?, ¿en serio?". Ahora mi fisioterapeuta es mi mujer y cuando nos casamos, por supuesto, la invitamos.

No pudo venir.